El 13 de marzo de 1990, Felipa Nery escribió en su columna Línea de fuego publicada en el diario Avance, sobre uno de los principales opositores del régimen en ese momento: “Peor que una mujer Nicolás Haddad ‘de la Corriente Crítia (sic) del PRI’ se queja de intentos de secuestro y de hostigamientos hacia él. Tal vez, no tenga muy limpia que digamos la conciencia, y por eso escuche ruidos en la azotea, y diga que es la policía que lo hostiga. Nosotros sí creemos que es la policía que lo persigue, pero por algunas cuentas que tuvo pendiente –a lo mejor ya pagó, con cierto banco de la localidad. Pero de ahí, si no es por deudas, o por la gente con la que se junta que son muchas ‘fichitas reconocidas’, no creemos que haya alguien más interesado en perseguirlo. Al gobierno, no creemos que en algo pueda servirle un demagogo. Libertades, aquí en Tabasco sobran, para hablar, para caminar, para escribir, aquí se respetan las leyes, por algo tenemos de gobernante conocedor del derecho (sic). ¿Qué será lo que quiere entonces Nicolás Haddad?, ¿querrá que le ponga en bandeja de plata la alcaldía de Cárdenas?, o ¿la CNOP? ¿o una secretaría?, que diga pues, qué quiere, y así es más claro. ¿No crees Nicolás?”
Nicolás Haddad era en ese entonces profesor de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, y venía de ser el subrepresentante del Gobierno del Estado en la Ciudad de México en el sexenio de Leandro Rovirosa Wade, secretario particular de Enrique González Pedrero durante su campaña a gobernador, y en ese momento Felipa Nery hacía referencia a la persecución del gobierno por su papel como coordinador de la Corriente Crítica del PRI en Tabasco. Esta era una corriente de opinión seria y argumentativa que buscaba democratizar al PRI y al sistema político. A nivel nacional la dirigía don Rodolfo González Guevara, que a su vez había sido Embajador en España, Subsecretario de Gobernación y participado en la Corriente Democrática con Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, que después se convirtió el PRD, la principal oposición en México en el siglo xx. González Guevara publicaba semanalmente su artículo de opinión desde donde desarrollaba su liderazgo en la primera plana de Excélsior, el periódico más importante de la sociedad y la clase política en ese entonces, con efecto, penetración y alcance muy cercano –en la dimensión de la prensa escrita– a las Mañaneras del presidente López Obrador en nuestra época.
Pero en ese entonces en Tabasco existía un sindicato informal de pasquines y columnas periodísticas pagadas desde la Dirección de comunicación social del gobierno del estado, bajo el mando del gobernador Salvador Neme Castillo. Tenían como misión denigrar a los oponentes y críticos del régimen. No eran periodistas, de eso a nadie le cabía la menor duda, eran mercenarios. Fueron los encargados de denigrar a Andrés Manuel López Obrador y a Nicolás Haddad, los dos opositores más sólidos durante los años 1989-1990. El gobierno les daba todo a ese sindicato informal. Destacaban tres: el “periódico” El Shishito (de cuatro páginas y fundado para divertir y congraciar al gobernador Neme), “El verduguillo” (columna en el Tabasco Hoy) y “Línea de fuego” de Felipa Nery. El resto de periódicos y columnistas atacaban a los opositores con ferocidad pero con más estilo, un poco más de recato a veces, y más sazón periodística. Aunque eso no les impedía disfrutar juntos las mieles del poder.
Los varones se reunían en el restaurant “Shalimar” cerca del malecón Carlos A. Madrazo, con la carta y la barra abierta, a cuenta del gobierno del Estado, es decir de los impuestos de la sociedad tabasqueña. Otro punto era el restaurant del Hotel Independencia. Aunque en realidad podían pedir lo que quisieran en donde quisieran: viajes a Cancún con todo pagado, autos, residencias rentadas en los mejores fraccionamientos de la ciudad (Prados de Villahermosa, Campestre, Framboyanes), entre otras prebendas en especie o en efectivo. Cuando un gobierno necesita avasallar a sus opositores (y Neme se la pasaba diciendo que en Tabasco no había oposición), para algunos tener una columna o un pasquín es una mina de oro. El nombre mismo de sus publicaciones nos da cuenta del nivel. Es justo mencionar aquí que también existían muchos otros periodistas serios, que no se dejaron comprar nunca.
Felipa Nery traía de encargo a Nicolás Haddad. El 5 de noviembre de 1989, en su misma columna y en el mismo diario escribió: “Para tratar de impugnar la convocatoria para la renovación de dirigentes de la CNOP, ya saltó el “crítico frustrado” del Partido Revolucionario Institucional, Nicolás Haddad López…su desesperación de no poder consolidar ningún futuro político, lo hace provocar ruido con tal de que lo tomen en cuenta; pero Nicolás todavía no se aprende el adagio popular que dice que quien nace para maceta del corredor no pasa […] desde entonces, Nicolás Haddad López se ha dedicado a la grilla barata en bares y cantinas, viendo todo negro tanto en los procesos electorales que se han realizado como alentando a los jóvenes universitarios a seguirlos en su “corriente crítica”, de crítico no tiene nada, pero de corriente todo.” De corriente todo, qué tal. Que viva la argumentación. Contrario a lo que se afirma en esa columna Haddad estaba emparentado en línea directa con la oligarquía cardenense: Humberto Hernández Haddad, Soraya Haddad, y se movía exclusivamente en la élite socioeconómica de Tabasco. En ese entonces era una de las personalidades con una cultura de la cortesía impecable, como recordarán quienes lo trataron en esa época.
El 10 de abril de 1990, Felipa Nery señaló: “Como Rodolfo Gonzalez Guevara se dio cuenta que Tabasco no es tierra de conquistas, por ello consideramos que a tiempo decidió no venir con su corriente crítica (nota: González Guevara vino a Tabasco poco después). Pero los supuestos dirigentes –bola de oportunistas– de ese grupo que no agrupa a nadie, no se quedaron conformes con la decisión de don Rodolfo y decidieron hacer su alharaca, diciendo que en Tabasco no están dadas las condiciones para que se presentara. Que a las personas que habían invitado a participar se les prohibió su asistencia a reunirse con él. Entonces, ya se imaginarán los lectores la clase de gente que tratan de manipular los ‘corrientes críticos’.”
La Corriente Crítica fue una potente corriente de opinión organizada en todo México. En Tabasco estuvo integrada por Nicolás Haddad López, Freddy Domínguez Nárez, Manuel Urrutia, Juan José Naguat Domínguez y posteriormente Lorena Beaurregard de los Santos. En un inicio la integró por unas semanas César Funoy Rabanales, que tenía llegada con el líder nacional Rodolfo González Guevara. Pero después de un berrinche que le hizo Funoy a González Guevara en Xalapa, Veracruz, durante una reunión con la Corriente Crítica de Tabasco, porque difería de mí en un tema, y le dijo que si no se hacía lo que él quería se iba a ir con el gobernador Neme, González Guevara le dijo a Nicolás Haddad minutos después: “No quiero volver a ver a este muchacho en la Corriente”. Y no volvimos a ver a Funoy. En realidad le descargamos una responsabilidad con la que no iba a coincidir: era un favorito del gobernador Salvador Neme Castillo, objeto de todas las críticas de la Corriente Crítica. Tiempo después Funoy y yo tuvimos cierta amistad. Lo acusaban de que Neme le había mandado a amueblar su casa. Un día, estando en su casa, se lo dije. Abrió un cajón de la alacena donde estaba recargado platicando conmigo, y me enseñó los recibos de compra pagadas por él, según afirmó. Pude ver unos cuantos muebles sencillos tipo mueblería “La guadalupana”. La envidia de otros por estar en la gracia del gobernador que lo recibía y lo reconocía en todos lados, le ha de haber hecho estragos. Según me contó él mismo en alguna ocasión, Nicolas Haddad había sido el primero en invitarlo a desayunar, el primero en darle su lugar, casi adolescente, en el restaurant Rics de Plaza Las galas –hoy venida a menos–, reconociéndole un rol en la vida pública como coordinador de Jóvenes Liberales de Tabasco que me parece era una organización de la logia masónica. Fue Funoy quien le llevó la invitación a Nicolás Haddad de parte de Rodolfo González Guevara para que coordinara la Corriente Crítica en Tabasco, a propuesta de él mismo.
En ese entonces criticar el sistema y pedir la democratización de la vida política era crimen de lesa majestad.
No ha habido, en la historia de la política de Tabasco, ninguna otra corriente de opinión, –en el sentido de que un grupo reducido de personas genere un liderazgo de opinión pública– que haya significado una oposición sólida, que haya sido perseguida y vilipendiada, que haya sido considerada el grupo compacto a tomar en serio de entre todas las Corrientes Críticas de los estados de la República. Y sobre todo que eso lo hayamos logrado sin dinero –no gastábamos un solo peso en publicidad–, y con una estrategia de prensa bastante básica –pero lo básico con método es lo más efectivo: con una intensa actividad de declaraciones de prensa, conferencias de prensa, entrevistas sobre todo en prensa escrita, y algo hoy en desuso, boletines de prensa.
La Corriente Crítica fue considerada un grupo importante de alianza para Andrés Manuel López Obrador, con quien marchamos en una ocasión en defensa de Aquiles Magaña, un líder sindical encarcelado por Neme acusado de “robo de agua”. Tal como lo oyen, robo de agua en Tabasco. Conferenciamos muchas veces con Amlo, siempre en lugares públicos, nada de a escondidas. Era un tiempo en que muchos no querían que los vieran con el hoy presidente. En su gira por Tabasco de González Guevara cenó en el Hyatt con López Obrador.
En el PRI, Julio Hernández, que tenía su columna Astillero en La Jornada (aún la tiene) fue el encargado de organizar una corriente crítica oficial dentro de ese partido y dialogar con los demás.
Una noche voló a Villahermosa especialmente a conocer nuestros posicionamientos y tener un informe sobre nosotros de primera mano. La cena fue en el Hotel Cencalli. Llegó en el vuelo de las 8 pm y se fue en el vuelo de las 7 am al día siguiente. Julio Hernández le reportaba directamente a Luis Donaldo Colosio, presidente del PRI nacional en ese entonces.
La cena con Julio Hernández fue muy cordial. Un presencia calculada pero afable, una voz afable, una cortesía fría. Comenzó por escuchar el speach de cada uno de nosotros con mucha paciencia. Luego habló él. Dijo cosas que se alineaban perfectamente con los postulados de la Corriente Crítica en general y con nuestras ideas en particular.
Nos hizo la invitación al congreso nacional de su corriente oficial de opinión que le había creado Colosio. No lo dijo así por supuesto, se manejaba como un crítico independiente aunque sus oficinas estuvieran en el sótano del cuartel general del PRI, en el mismo edificio donde despachaba Colosio (el cuartel general del PRI tiene tres edificios). A sus colaboradores les gustaba contar que Julio siempre vestía de mezclilla porque era periodista, y que incluso lo habían invitado a un evento en Los Pinos –residencia oficial del Presidente de México, que era Salinas de Gortari en 1990–, y que había asistido con pantalones de mezclilla y un blazer, sin corbata. La independencia de Julio empezaba y terminaba en su guardarropa: nada ni nadie lo hacía cambiar de look.
El caso es que Colosio y Julio Hernández tenían en la mira a la Corriente Crítica de Tabasco, porque la identificaban como la más importante, la más sólida en su misión: crear una corriente de opinión pública a favor de la democratización del PRI y del sistema político. Pensaban que cercándonos o cooptándonos podían debilitar a don Rodolfo González Guevara. Y que el resto de las Corrientes Críticas en otros estados sería cosa de efecto dominó. No sabíamos, nadie sospechaba, ni siquiera en la Coordinación Nacional de la CC (González Guevara, Luis Priego Ortíz, Alejandro Rojas Díaz-Durán, Ramiro de la Rosa Bejarano, jóvenes intachables en ese entonces) que en la CC habían infiltrados. Como en una película de espías. Infiltrados de alto nivel en la Coordinación Nacional mandados por los más altos niveles de la política mexicana: Carlos Barrios Honey a la cabeza, Lidia Zarrazaga (†), y Román Abarca, y muchos otros que la revista Proceso documentó en un amplio reportaje en 1991 a la que dedicó su portada: “Los infiltrados de Colosio en la Corriente Crítica”. Aunque en realidad no hicieron ningún daño. El objetivo de la Corriente Crítica se cumplió totalmente. El siguiente paso pensado por Rodolfo González Guevara, tres años después que iniciaran los trabajos de la CC era convertirnos en un Frente de Acción Política, como lo llamaba. Pero no hubo consenso para crearlo.
La misión de Julio Hernández también se frustró. Nosotros nos dimos cuenta exactamente de su objetivo. Sabíamos que no éramos una fuerza política con estructura, que no teníamos dinero, que no teníamos posibilidades reales de que nos abrieran espacios. Lo único que teníamos eran tres cosas: valor civil, inteligencia política, y nada que perder. De manera que nos era evidente que si la cúpula nacional del partido en el poder nos buscaba no era para que les dijéramos qué hacer. Pero Julio y Colosio siguieron con su plan: nos invitaron a su congreso nacional de la corriente de opinión independiente de Julio Hernández. No aceptamos los boletos de avión. Viajamos en el Grand Marquis o el Jetta (ya no recuerdo bien, tenía dos autos) de Nicolás Haddad. Pero sí nos hospedamos en el mismo hotel que todos los demás participantes que estaban alineados en el juego de la corriente de opinión oficial. Llegando al lobby del hotel, no nos habíamos registrado aún, y un barboncito bien vestido del staff de Julio Hernández, que a leguas se veía que le dieron la misión de hacernos el marcaje en el terreno de juego porque ya no se nos despegó, se nos acercó disparando “Ya llegaron los revoltosos de Tabasco”, nos dijo. Yo lo frené inmediatamente “¿Por qué revoltosos?”, y le quiso dar un giro chistoso a su respuesta. Nosotros lo miramos en frío. Enseguida el tipo se deshizo en elogios a nuestro trabajo en la Corriente Crítica, y sin el menor recato, pudor, o lógica, nos dijo “Qué les parece si vamos a cenar algo, los invito a cenar a mi departamento”. Dios santo: si eso es hacer lobby al más alto nivel, give me a break!, ¡horror al crimen! como se decía en ese entonces. La propuesta fue indelicada, inexplicable, y nos chocó. Le dijimos Of course not, no en inglés evidentemente: No, gracias, estamos bien. El barboncito insistió, le reviramos su invitación. Ha de haber sentido el efecto del grupo compacto, a ninguno de nosotros se le aguó la boca por su cena en su departamento, y nuestra alineación no se rompió ni un instante.
Tampoco se rompió al día siguiente que se desató la batalla campal, literalmente, en la asamblea o congreso. Resulta que Julio Hernández tenía ya listo el documento que todos iban a firmar al terminar la Asamblea, supuesto producto de las discusiones, como es el engaño habitual en ese tipo de eventos políticos, donde todos se dejan meter el dedo en la boca con gusto. Por una falta de habilidad lo dejó entrever en su discurso de inauguración. Como todos los asistentes estaban ahí no para democratizar el PRI ni el país sino para participar en algo que impulsara sus carreras políticas, nadie dijo nada. Pero nosotros empezamos a reclamar que todo eso era una farsa. Nicolás Haddad le hizo la observación a Julio abajo del escenario, y comenzó la gritadera.
Yo pedí la palabra, subí a la tribuna, y no me anduve con delicadezas: les dije que todos ahí no decían nada porque habían ido a corear un documento que ya estaba diseñado de antemano, y revelé la estrategia de Julio. Por supuesto que eso enervó a los que habían ido a corear un documento diseñado de antemano, faltaba más. Y la asamblea se desbordó, más de cien soldados de Julio contra nosotros cinco. Un canal de televisión andaba por ahí, y entrevistó por separado a Nicolás Haddad y a Julio Hernández. Luego Julio utilizó un pequeño recurso eficaz a su favor y que tenía que utilizar porque si no fallaba como jefe de pelotón, y le dijo a Nicolás que por qué no desahogaban sus desacuerdos ante la Asamblea misma.
Y volvimos a la asamblea o congreso o lo que fuera con las huestes de Julio enardecidas, satanizando a la Corriente Crítica, que de paso ya tenían satanizada antes de comenzar el baile, porque recordemos que nuestra presencia era una estrategia junto con el documento previamente diseñado de las conclusiones. Claro que Julio sabía que en la asamblea, ante la multitud a la que él había pagado para venir a darse una vuelta a la ciudad de México y llevarse un encargo político tal vez, la tenía ganada. Nicolás Haddad subió a la tribuna, expuso sus ideas, pero no fue escuchado: la asamblea ya no era una asamblea sino una turba. Al bajar de la tribuna Nicolás nos dijo que lo mejor era que nos marcháramos. Y no volvimos a ver en la vida a Julio Hernández ni al barboncito con su cena enfriándose en su departamento. Al hacer el recuento Nicolás parecía molesto porque dijo que mi speach había volteado a todos en contra nuestra, que yo debí haber subido a calmar a la asamblea. Yo le respondí que nunca había sido mi intención hablarle a la asamblea al subir a la tribuna, sino a la prensa nacional. Nicolás me miró comprendiendo y dijo, con la espada ya enfundada: “Ah”.
Julio Hernández sabía, desde que voló a Villahermosa especialmente a vernos, que nos caracterizaba la firmeza de los argumentos y que éramos duros de doblar. Las cosas no eran armoniosas en el PRI de Luis Donaldo Colosio. Los conflictos interélites son parte del poder. Adivinen quién era el secretario de organización de Colosio: Roberto Madrazo. Madrazo conocía a Nicolás Haddad por vínculos familiares cercanos pero también porque fueron militantes desde muy jóvenes. Un día antes de esta asamblea, nos encontramos en las gradas del edificio del PRI a Gastón Viesca, el Trinity de Madrazo, su mano derecha y la izquierda en esa época. En las mismas gradas tuvo un apartado con Nicolás. Luego Nicolás nos contó que Gastón le dijo ahí, respecto a Julio Hernández y su movimiento crítico oficial: “Tengan cuidado con esos cabrones”.
Al organizar y animar la Corriente Crítica, como dije, no teníamos nada que perder frente a un régimen autoritario y un gobierno como el de Neme Castillo, que sí tenían todo que perder y que, en efecto, perdió: Neme fue destituido en 1991, sólo fue gobernador tres años. Se confió demasiado, se peleó con los hombres del presidente, y en los últimos meses y días fue traicionado de manera activa y de manera pasiva por su círculo rojo, que no le advirtieron que ellos ya sabían que iba a ser destituido, como lo supo por ejemplo, su propio Director de Gobierno, es decir, su jefe de la policía política.
En la CC Nicolás Haddad aplicó su inteligencia en los análisis como opositor en artículos de fondo que escribía en la prensa, y vivió una experiencia que seguramente lo marcó para siempre porque de la lucha política no regresa nadie. Admirador de Maquiavelo, ha de haber descubierto que es en la lucha política y no en en el ejercicio del poder, como tuvo oportunidad, años después, de tenerlo, donde se vive realmente. Juan José Naguat Domínguez y Manuel Urrutia (hijo del General Manuel Urrutia Castro), estaban en un momento ideal en la historia, quiero decir, que entre 1988 y 1990 todo se estaba moviendo y ningún ciudadano se sentía fuera de ese proceso que era derrumbar al régimen autoritario. Lorena Beaurregard, que llegó meses después a integrarse, acababa de salir de Imevisión y no tenía compromisos de trabajo con el gobierno: con nosotros comenzó su acercamiento a la vida política, aprendió el poder de la palabra, algo que con el tiempo convirtió en su oficioso oficio. En un artículo anterior Flash back con lobos y hombres del presidente he contado un episodio de mi lucha política en la Corriente Crítica.
Para mí fue el éxtasis que todo joven sueña: criticar al sistema, buscar contribuir a cambiar el mundo, desafiar al poder con argumentos. Escribía tres artículos diarios en diferentes periódicos mientras estudiaba Derecho en la UJAT. E irrumpía en todas las tribunas oficiales donde se quisiera hacer una triquiñuela antidemocrática. Pero también en ese mismo periodo 1989-1992 publiqué mi primer libro de poemas Transparencia en llamas editado por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco y el Instituto de Cultura de Tabasco, escribí en 1990 el libro Historia natural del olvido editado por la UNAM en 1993, y dirigí tres suplementos culturales en sucesión: La Jodarria en la revista Jaguar de la Doctora Emery, Amirbar (retomado del título de una novela de Álvaro Mutis, a quien le llamé para pedirle autorización), en el semanario Así es, a invitación de José Chablé, Samuel Soto Giles y Enrique Martínez, y Cierzo en el semanario La Causa de Rodolfo González Maza por invitación suya. Igualmente escribí mi tesis de licenciatura antes de terminar la carrera sobre “El discurso del Estado mexicano contemporáneo”, gané el Premio Nacional de Ensayo Alfonso Reyes, el Premio Estatal de Poesía y varios Concursos estatales de oratoria.
Esas éramos “la gente con la que se junta que son muchas ‘fichitas reconocidas’”, como escribió Felipa Nery de Nicolás Haddad en su columna Línea de fuego del 13 de marzo de 1990. Al final es tierno y cierto: estábamos fichados por la policía política de Neme, y éramos reconocidos. Una premisa de Lacan es que “donde no hay alma gobierna el subconsciente”.
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