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Entrevista inédita a Álvaro Mutis: sobre Maqroll, la muerte y la religiosidad poética

Este año se cumple el centenario del natalicio de Álvaro Mutis, uno de los más grandes escritores de nuestra época. En 1990 y 1991 lo entrevisté en su casa de San Jerónimo Lídice en Ciudad de México, donde lo visité en varias ocasiones. Siempre generoso y cálido, un personaje literario en sí mismo.

De su personaje Maqroll El Gaviero, Álvaro Mutis dice: “Yo tengo una explicación racional para el nacimiento del Gaviero. El Gaviero debe ser un problema muy complejo dentro de mí porque me acosa mucho y no he podido con él. He intentado matarlo cuatro veces. El Gaviero son muchas cosas muy difíciles de precisar, muchos fantasmas y muchas presencias reales que me acosan desde joven. La explicación racional que tengo del Gaviero es ésta: un joven de dieciocho, diecinueve, veinte años que empieza a escribir y quiere hablar de ciertas experiencias totalizadoras en el seno absoluto ya de la vida, las cuales intuye pero no las conoce porque no las ha podido vivir. Entonces ¿qué es lo que hago? Crear un personaje que sí las conoce y las ha vivido, y él va hablar de ellas, no yo. Entonces, me fue muy útil el Gaviero durante todo ese tiempo. Ahora, yo lo fui alcanzando, me fueron pasando muchas cosas en la vida, muchísimas, en climas distintos, en países muy diferentes, en condiciones inesperadas para mí, y o yo me fui pareciendo más al Gaviero o el Gaviero se fue pareciendo cada vez más a mí, y hoy día yo ya no sé. En La última escala del Tramp Steamer y en Amirbar yo soy el narrador y cuento cosas que me dice el Gaviero, que le suceden o que nos suceden juntos, que sé de el, tratando de crear una distancia y una separación entre los dos, pero ya el Gaviero tiene vida propia, una cantidad de peso y esencia vital tan grande, que yo a no sé qué hacer con él”. Antonio Messtre: Eso se ve en “La visita del Gaviero”, del libro Los Emisarios.

Álvaro Mutis: Está muy bien visto eso que dices. Ese es el primer momento en que me doy cuenta que alcancé al Gaviero. Yo soy el narrador, me cuenta algunas cosas y se va. Pero ya tenemos la misma edad, ya somos cómplices, ya hemos recorrido los mismos caminos, relativamente, desde luego. Una de las características del Gaviero es que la las experiencias que le propone la vida las lleva hasta sus últimas consecuencias. Yo no lo he hecho. Porque yo he vivido dos vidas: la de un ejecutivo de compañías americanas que viaja en primera clase en los aviones y se queda en las suites de los hoteles de lujo para atender a los clientes y hace una actividad muy parecida a la prostitución, y otra, la del escritor, amigo del Gaviero, al que le pasan cosas y tiene amigos escritores que quiere muchísimo y lo acompañan más que nadie. Es otra vida completamente distinta. Pero de todas maneras en la suma de los años me va poniendo en el mismo nivel de experiencia del Gaviero.

P. -¿Cómo ve el Gaviero al mundo?

A. M. El Gaviero y yo somos dos reaccionarios a los que nos dejaron todos los trenes. Miramos al mundo de una forma muy directa, sin pensar en su destino, ni en su mejoramiento ni en su evidente ruina. Y yo siento cada vez más cerca ciertas actitudes que el Gaviero tenía cuando yo comencé a recorrer la vida con él allá en los años 44, 45, 46, y que me parecían muy aparte y muy lejanas de mí. Ahora las siento muy cercanas, muy cercanas.

-En “La visita del Gaviero” nos habla de la soledad, la mentira como sistema, la nostalgia y un “vivir sin recordar” como secreto de los dioses. Siento esto como las características de nuestro mundo, ¿no encarna entonces el Gaviero a la humanidad?

Bueno, sí… Yo creo que no nos queda más remedio que actuar como el Gaviero. Es que ya no tenemos ninguna absoluta posibilidad de movernos con libertad en el mundo que está a nuestra disposición inmediata, a como se podía hacer en el renacimiento, en la Edad Media. Hoy día estamos completamente condicionados por cosas que nos son exteriores y nos masacran y acaban. Entonces mejor es buscar la soledad en compañía de cuatro o cinco seres solitarios que están tan solo como nosotros y muy conscientes de su soledad y el olvido. No hay más remedio. Mejor olvidar. Mi poesía no es sino una poesía de recordación, pero yo quisiera olvidar, que se borrara, porque creo que ya no estamos para cargar una larga cadena de nostalgias y experiencias porque el mundo, no digo que no le interesa, es que no pertenece a la propuesta del mundo actual el ser así.

-A partir de esto podemos analizar la presencia de la muerte en mucho de sus textos.

Esa presencia de la muerte, si tú lees mis primeros poemas como El miedo, por ejemplo, el primer poema que yo escribo ya como poema, verás que está ahí, casi con los mismos elementos y en la misma forma. Sobre la muerte no podemos tener sino teorías. Yo considero fundamental que un hombre que escribe y tiene devoción por la poesía tiene que saber muy claramente que adentro lleva su propia muerte, en el sentido rilkeano de la palabra. Rilke, en uno de sus trabajos, explica muy bien una teoría muy bella: dice que cada uno de nosotros va madurando la forma de su propia muerte, la va labrando, va acercándose a ella, la lleva dentro y cada vez esa forma es más fiel y a ella llega. No hablamos del hombre inconsciente entregado a las cosas cotidianas, a las convenciones. Ese tipo se muere como los caballos, de cansancio. El poeta, el visionario, el hombre que ve esa otra orilla del mundo, que ve el revés de la trama del tapete, ese hombre tiene la obligación de saber y tener una vigilancia y una relación diaria, continua, con su propia muerte.

Hay lugares comunes de la muerte que no debemos desechar como tan comunes, es decir, el saber que en el instante en que nacemos comenzamos a morir, es una cosa que la gente en verdad, cuando está viviendo no piensa, no siente, y yo creo que el poeta si lo siente.

Rimbaud lo siente, Baudelaire lo siente, Neruda lo siente tremendamente. El segundo tomo de Residencia en la tierra, el cual considero uno de los libros esenciales de la poesía de todos los tiempos, no es sino una larguísima meditación sobre la muerte. Y los mismos tres cantos materiales tan hermosos: “El apogeo del Apio”, “El estatuto del vino” y “La entrada de la madera”, solo son una especie de constatación de “sí, me voy a morir pero queda esto”, queda la madera, el apio, el vino, estas cosas que percibir ya desde adentro, son otra vida, están dentro de mí, fuera de mí también. Estamos entrando a términos un poco metafísicos, pero así es. Yo siempre he sido un vigilante muy grande de las señales que va lanzando la muerte. El olvido es una de ellas, por eso me interesa tanto la obra de Proust, porque en ninguna obra de nadie antes, de ningún escritor de ninguna época, se toca y se describen ciertos momentos donde se muestra las trampas que el hombre se va poniendo para ir muriendo. Por ejemplo, los falsos recuerdos, la nostalgia de lugares que después visitamos y no nos dicen nada, cuando recordamos que estuvimos con una mujer a la que amamos enormemente en una situación de gran ternura, de gran entrega, y nos la encontramos y nos describe ese momento como un momento bastante banal, superficial, que para ella no tuvo ninguna importancia. Ese poder de transformación que tenemos con algunos elementos de nuestra vida para ir creando una especie de magnificación de nuestra experiencia que es la única manera de seguir viviendo, es una mentira enorme…

-De ahí la religiosidad de la poesía.

Claro, claro.

-¿Cómo podemos entrarnos a esa religiosidad de la poesía?

Si todo poema, como yo te digo, es una visión, si todo poema es visionario, esa visión es una penetración a una parte oscura, indeterminada, no definida del mundo. El poeta es un visionario, es un ser que entra a zonas vedadas al hombre y se lanza a ellas, y allí dentro empieza a tratar de definirlas y de gritar lo que está mirando, lo que está invadiendo. Cuando Neruda dice, por ejemplo, de la manera tan esencial, porque está dentro de ella. No es Neruda, es un ser acabando de adivinar las entrañas mismas de una cosa sellada, invisible, en la entraña de la madera. Eso es un acto religioso. Porque es una penetración a un mundo inexplicable e inexplicado a través de la poesía, de una capacidad visionaria. Esto lo vemos evidente en poetas como Rimbaud, y en William Blake ni hablar. La presencia de elementos del mundo, vedados conocer al hombre y que el poeta ve con una inmensa claridad y lo dice. Eso es un acto religioso, es un reconocimiento de que algo hay del universo que nos trasciende.

-Usted siempre ha sostenido que somos una literatura de segunda zona. El desarrollo de esa religiosidad, ¿podría darnos materia para pensar en llegar a ser una literatura de primera zona?

Claro, claro. Ahora, hay un problema. Yo mismo he usado la palabra religión y religiosidad. Yo buscaría otra palabra para esta experiencia. Cuando digo que es una experiencia religiosa tengo el peligro de caer en que se confunda con la experiencia religiosa común y corriente, beata, ñoña, de la ancianita que repite sesenta veces una oración para que aparezca un perrito que se le perdió. Obviamente no hablo de eso. Estamos hablando de esas enormes zonas y presencias que nos trasciende e ignoramos, y que solo podemos intuirlas y entrar en ellas a ciegas a través de la poesía. Cuando digo “eso es un acto religioso”, es un reconocimiento de lo inexplicable y que ahí está. Desde luego, no van a estar de acuerdo conmigo las personas fomadas en un racionalismo estricto, asfixiante y dogmático que creen que todo tiene una explicación con la ciencia. Para mí es inconcebible alguien con esos pensamientos tan absurdos y no haya visto que andamos a ciegas, que no sabemos prácticamente nada. Si se me presenta un positivista del siglo XIX, comtiano, o un racionalista liberal, yo no sé qué contestar a una persona habitante de ese desamparo absoluto. El hombre va tomando dominio del mundo y va sintiendo tener una fuerza que lo explica todo. Se da en los griegos, porque en los egipcios no, los asirios y los pueblos anteriores a la gran civilización helénica se entregan totalmente a un mundo mágico, mítico, esotérico. Y ese mundo, que es sacerdotal –por eso en esas culturas el sacerdote y el rey son generalmente una misma persona-, es el sacerdote que por medio de una serie de ensalmos y actos mágicos entra en contacto con esas fuerzas oscuras. Los griegos son los primeros que dicen: un momento, vamos a comenzar a explicarnos y a buscar esas fuerzas oscuras hasta ver dónde están y ver si la razón sirve y hasta dónde sirve. Siempre llegaremos hasta encontrar una pared. Seguimos en las mismas y todo lo que el hombre ha sido tratando de aclarar a partir de los griegos hasta ahora a través de la razón, no ha hecho sino confundirnos totalmente.

-En su opinión, ¿cuáles son los matices que debe alcanzar la poesía latinoamericana para considerarse como literatura de primera zona?

Yo la he llamado literatura de segunda zona porque ha sido siempre una literatura dependiente, o sea, estamos oyendo siempre voces que vienen de España o Francia o de Estados Unidos

–como el caso de Whitman- y ahí nos vamos. Y se hacen una serie de creaciones admirables pero son vicarias, están determinadas en otra dimensión. Por mucho que niegue Neruda, el mismo ha sido un hombre profundamente influido por lo mejor del surrealismo. Esto es evidente en el primer tomo de Residencia en la tierra, está ahí, qué bueno ¿no? Pero de todas maneras hay una dependencia. Ahora de repente nos encontramos -¡cuidado porque el secreto puede estar ahí!- con un hombre como César Vallejo. Ahí si estamos ante un caso enorme. César Vallejo mortifica, masacra el idioma para ponerlo al servicio de una visión muy personal, dolorida, desgarrada, huérfana del mundo y del destino del hombre, todas las formas sintácticas las desbarata y las vuelve a armar para que estén al servicio de esto, y esa es por primera vez para mi juicio, una creación, absolutamente nuestra, válida y de primerísima zona. Otro poeta que cada vez me interesa más, creo que va por el mismo camino con otros elementos y poniendo su propia experiencia, desde luego diferente a lo que consigue Vallejo, es Gonzalo Rojas. Hace poco tuve la oportunidad de leer un poema de él sobre las piedras, de la esencia, de la personalidad, de su estructura más secreta. Eso es admirable. Y esta poesía también es una creación bastante original de primerísima zona.

Ahora, estos temas son muy difíciles de tratar así, porque puede preguntarse, bueno, ¿y la poesía de Borges, tan admirable, deliciosa, gratificante de leer? En el fondo la poesía de Borges es un largo y maravilloso comentario de la experiencia occidental europea, en el pensamiento, en la poesía. Yo no digo que eso está mal. Pero de todas maneras vuelve a estar supeditado a una cultura más madura que ha tenido procesos muchísimos más ricos, más largos. Y crea esa situación dependiente.

Villahermosa, enero de 1990.

-Es conocido el pasaje de su vida donde le dice al rector del colegio donde estudiaba, que tiene mucho que leer y por eso va mal en sus clases. ¿Qué fue lo primero que leyó? ¿La escritura vino al mismo tiempo que su avidez por la lectura?

Eso le dije cuando me llamó y me dijo qué era lo que me sucedía. Yo le expliqué que tenía mucho que tenía mucho que leer. No me entendía. Me decía que leyera química, física o matemáticas. Mi avidez estaba en libros de historia, que siempre me han apasionado. También novela y poesía pero básicamente historia. En esos momentos tenía 16 años y no pensaba en un gusto por la literatura sino estaba movido por mi interés por la historia. Tampoco pensé en escribir. Eso vino después. Recuerdo perfectamente la primera vez que escribí algo. Eran como las once de la noche y había terminado de redactar el boletín de información para la radiodifusora en la que trabajaba. Después de que todo hubo terminado me puse a escuchar una pieza de Sibelius –que me gusta mucho todavía-, y en ese momento sentí la necesidad de escribir algo. Tomé la máquina de escribir donde había redactada el boletín y escribí un texto sin pies ni cabeza, que luego recogería mi hijo Santiago en un libro que publicó en Colombia. Pero allá están contenidas las cosas que habría de tocar en Los elementos del desastre. Para entonces tenía 18 años.

-Usted ha escrito: “El autor del libro tiene que haberse convertido en un personaje de carne y hueso cuya amistad nos es indispensable. Lo llevamos dentro de nosotros, confundido con su obra y desde ella nos habla con una familiaridad inconfundible, necesaria y nunca agotada”. ¿Con qué escritores ha sentido eso?

Me ha pasado con el propio Octavio Paz y con Pablo Neruda, aunque fue un trato de muy poco tiempo que tuve con él.

-Veo en “Programa para una poesía” un resumen/prólogo de lo que va a ser después su labor poética. Sin embargo, usted dice que es en Los elementos del desastre (poemas posteriores a aquél) donde debemos buscar sus esencias.

Ese poema se mezcla muy rara de cosas, y que todavía no acabo de entender. No recuerdo cuando lo escribí. Lo rescató mi hijo Santiago. Yo lo había olvidado por completo. Indudablemente es mío, por supuesto. Pero tienes razón, es muy buena tu observación. Ahí está contenido todo lo que voy a escribir después. Cuando yo hablo del poema “El miedo” me quiero referir a cosas con las que también me identifico. Siendo un muchacho heredero de una hacienda, y que venía de Europa, comienzo a ver las corrientes caudalosas de los ríos, las inmensas plantaciones, los ruidos. Aquello me dio miedo.

-Y ese miedo lo trasladó después al Gaviero.

Claro, después lo traslado al Gaviero. Pero tuvo su origen en el impacto que tuvo para mí la tierra caliente. El Gaviero no tiene miedo a la muerte sino a la nada.

-Los hospitales de ultramar, es un discurso de agonía. ¿Qué lo llevo a escribir ese libro?

Mira, a mí siempre me ha llamado la atención el deterioro de las cosas. De cómo se van acabando. El propio hombre, cómo se va gastando, consumiendo. Y la enfermedad es una manera de deterioro del hombre. Por eso escribí esos poemas.

-¿La revista Mito marcó de alguna manera su quehacer literario?

En lo absoluto. Para nada. Eso es algo que los críticos se han empecinado en decir. Me incluyen en el grupo de Mito. En principio, ellos andaban muy lejos de mí en su visión de la política. Incluso, no los conocí a todos. Conocí a Jorge Gaitán Durán, con quien tuve una muy buena amistad, y él me invito a participar dos veces en la revista. A eso se limitó mi participación, a publicar poemas. Yo nunca he formado parte de ningún grupo literario, mucho menos político, ni he firmado ningún manifiesto. Mito no me significó absolutamente nada.

-¿Cómo nació y en dónde Maqroll el Gaviero?

-El Gaviero fue naciendo poco a poco. En los primeros libros, aparece en algunos poemas, en otros es evidente que él es el que habla, y otras donde soy yo él que hablo. No pensé al crearlo, en algún personaje. De hecho, hace poco me hicieron reparar en el significado que tiene el gaviero en el barco, porque es el que ve más allá.

-Es el vidente como decía Rimbaud.

¡Claro! A mí me hubiera gustado ser muy original y crear al Gaviero pensando en eso. Pero no, no tuve esa fortuna. Debo ser honesto y decir que no fue así.

-Yo pensé en Valéry Larbaud porque tiene semejanza Barnabooth, él, usted y el Gaviero.

Sí, hay semejanzas. Pero Barnabooth es el hombre más rico del mundo, y él se aburre de todo eso. En cambio el Gaviero es un pobre ser desgraciado que ya no haya un rincón donde morir tranquilo. Eso lo pone en los extremos. Aunque el Gaviero está consciente de la inexplicabilidad de las cosas.

-Las mujeres que rodean al Gaviero son mujeres de vida común y podemos verlas en dos vertientes: las que tienen experiencia erótica y sentimental con él, y las que adoptan una actitud maternal.

Fíjate que ahora que lo dices me doy cuenta de esa condición de las mujeres de Maqroll. No había caído en la cuenta. Antonia, Dora Estela (que es la que más quiero), Flor Estévez, son mujeres rurales de provincia…

-Y además son ellas las que se atraviesan en la vida del Gaviero.

Claro. Ahora bien, el aventurerismo es algo que no va con el Gaviero. El no es un aventurero porque no anda en busca de aventuras. Ellas vienen a él. Él anda en otras cosas, y por eso le dice a todas las mujeres que no puede quedarse, porque esas tierras no son lo suyo. Recuerda que en La nieve del almirante, cuando ve las cordilleras, dice: de aquel lugar soy yo, a él deberé regresar. Pero es algo que él tuvo y que ya no tiene.

-Maqroll es un marino que tiene sus aventuras en tierra. ¿Le hubiera gustado ser marino a usted?

Sí, yo tuve esa inquietud. Se me quitó el día que me enteré que la mayor parte de las materias eran matemáticas, y yo con eso no quiero nada.

-Pienso a veces que Maqroll y Sindbad el Marino tienen un parentesco espiritual. Cada uno en su circunstancia guarda un fastidio. Cuando se les revela intensamente buscan cómo desahogarlo, entonces se van del lugar donde están.

Parece ser que sí. Es curioso, la otra persona que me dijo lo mismo hace poco, fue un crítico francés. ¡Qué bueno que el Gaviero tenga esos parentescos!

-En Amirbar las cosas transcurren en una región de guerrillas. ¿Hay alguna intención de reflejar el desgarre colombiano en ello?

Sí, nada más que nunca digo que es Colombia, porque entonces quedaría reducido al montón de novelas que sobre esos problemas existen. Nunca digo el lugar. Pero es una región de Sudamérica. Si hay intención de reflejar lo que Colombia sufre.

-¿Podría Maqroll algún día, así como nos relata cosas de Abdul Bashur, relatar las Empresas y Tribulaciones de Álvaro Mutis?

Esa es muy buena pregunta. De hecho, hay algunos textos donde meto cosas de mi vida. Hay un relato que publiqué en la revista El paseante en España, donde Maqroll se encuentra con el pintor Alejandro Obregón. Y en Abdul Bashur, soñador de navíos, la novela que va a salir, también hay algunas cosas mías.

[Entrevista realizada en San Jerónimo Lídice, México, 1991]

Antonio Messtre

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