PoliticusMagazine

El doble poder presidencial de terciopelo y su people connection

El estilo de juego de Amlo.
La Corte dobletea la reforma judicial.
La people desconnection del Poder Judicial.
Los escenarios de la reforma judicial.
La derecha, descorazonada.
Sheinbaum asume el mando del Congreso.

En los últimos años el poder presidencial ha cambiado para seguir igual pero distinto. Esta premisa, aparentemente contradictoria es más bien surrealista y, como todo surrealismo, puede demostrarse científicamente. Pero en México el surrealismo es la condición natural de la vida, el método de los cambios, del statu quo de la vida cotidiana y del poder. Amlo ha introducido significativos cambios en el presidencialismo tanto en sus facultades constitucionales como en el modo de producción de la gestión del poder y de la figura presidencial. En el primer caso, la más importante es que el mismo presidente promovió una reforma constitucional para incluir la figura de revocación de mandato, algo que hasta entonces sólo la oposición de izquierda había venido exigiendo al presidencialismo del régimen autoritario porque éstos consideraban que dicha reforma era darse “un tiro en el pie”: con tanta corrupción corrían el riesgo de ser echados del poder por los ciudadanos. En el segundo caso, Amlo se alejó del “estilo personal de gobernar” que es un forma peyorativa de llamarle a la sacralización de la figura presidencial y a su fisionomía autoritaria, sin demeritar la investidura. Tuvo más bien un método de conexión pueblo-presidente, en el cual las conferencias mañaneras fueron la aportación táctica que necesitaba el presidencialismo.   

Desde el punto de vista del poder controlar la narrativa de los medios y vivir en las ocho columnas de los diarios y medios es el estado ideal. Recuerdo una tarde que tenía reunión con el Profesor Georges Couffignal y me dijo, escandalizado, que se acaba de saber que el principal noticiero de Francia se transmitía desde el Palacio del Eliseo en la época de la presidencia de Charles de Gaulle. De Gaulle fue el gran constructor de la Quinta República, que es como llaman al quinto régimen político que han experimentado desde la Revolución francesa. Cuando le preguntaron a Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) qué es lo que había aprendido como Presidente respondió que para que un mensaje suyo ocupara las ocho columnas de los periódicos tenía que repetirlo ocho veces.

Por el contrario, Amlo dominó desde el primer día la agenda de los medios y no se “volvió” presidente a la vieja usanza, es decir, una figura acartonada, icónica en el sentido petrificado. Ya como presidente siguió con su dinámica de luchador y el cambio posiblemente haya sido solamente que pasó de luchador social a luchador político. Eso hizo de las conferencias mañaneras el instrumento definitivo del poder presidencial hacia afuera. En su respuesta citada Salinas de Gortari no dijo que los medios estaban pagados y controlados durante el régimen autoritario.

El people connection de Amlo fluye de manera natural. La sensación de que se puede estar cerca de él todos los días en las conferencias mañaneras, que se puede tener contacto visual y físico en sus giras, que es accesible a todos, que más que un presidente lo que el pueblo tiene enfrente cuando se encuentra con él es al mismo luchador social de hace treinta años, combativo, y querendón que es Presidente como una consecuencia de su condición de luchador social y líder político. El pueblo no había vivido ese people connection con un Presidente.

Peña Nieto, anterior a Amlo, para no ir más lejos, era la viva figura de un golden boy mimado, corrupto pero gracioso con sus puntadas que nadie tardaba en celebrárselas, como el video donde está dando un mensaje al pueblo de México con la bandera en mano, y cuando la coloca en el escritorio la bandera se resbala, y se produce una escena digna de Chaplin, Cantinflas, o Buster Keaton. O sus oraciones disléxicas que fueron  –permítanme la contradicción– clásicos del momento: “Estábamos ya por bajar acá en Oaxaca; estábamos como a un minuto, no, menos, como a cinco minutos”, “Quienes les digan que estamos en un país en crisis, crisis es seguramente lo que pueden tener en sus mentes”, “Tengo claro que no llegué aquí para ganar una medalla por la popularidad”, “Las cosas buenas casi no se cuentan, pero cuentan mucho”, “No creo que un presidente se levante, ni creo que se ha levantado, pensando (todos los días) cómo joder a México”, “¿Qué hubieran hecho ustedes? (tras el anuncio de aumento del precio de la gasolina)”, “Yo sentí una vez un temblor que nadie más sintió”, “Es el refresco del presidente Peña Nieto: Peña-fiel” (durante la inauguración de la planta del Grupo Peñafiel), “(Hay voces) que condenan, que critican y que hacen bullying sobre el trabajo que hacen las instituciones”, “El presidente de la República toma Coca todos los días”, “He leído la Biblia, no toda por supuesto, y también La silla del águila de Enrique Krauze” (la escribió Carlos Fuentes).  Y este Top 3 que son joyas imperdibles: “La verdad es que cuando leo libros, me pasa que luego no registro del todo el título, me centro más en la lectura, pero más o menos te da una idea de los libros que he leído”, “No soy la señora de la casa” (cuando no supo el costo del kilo de tortillas), “Hoy ha concluido legalmente nuestro matrimonio, deseo que le vaya bien siempre y que tenga éxito en todo lo que emprenda. Angélica, muchas gracias por todo” (anunciando su divorcio). Peña Nieto era condescendiente pero de élite, y recordemos que la condescendencia es una forma de ser maleducado y marcar la separación entre el cielo y el proletariado. Amlo conjuró la sensación de distancia que existía entre el pueblo y el Presidente hasta antes de 2018.

Por primera vez también, nos sentimos cómodos con  el proceso de traspaso del poder, con la elección presidencial reciente, y su correlativa transición administrativa. Algo que no es obvio en ningún proceso aunque el mismo partido conserve la presidencia: los grupos de poder tienden a marcar sus diferencias, a desalinearse, y enfrentarse. Ni siquiera es obvio en los parlamentarismos donde el traspaso del poder tiene más certidumbre pero al mismo tiempo es más complejo pues la fuente del poder del primer ministro es el parlamento, no los votos en las urnas. Y precisamente en eso radica que esta vez la sociedad sienta un relajamiento respecto al juego del poder. En el presidencialismo se elige al representante del Poder Ejecutivo con la mayor simpleza de la lógica: quien obtenga más votos gana. Y automáticamente hay un gobierno, pues el presidente así elegido tiene todas las facultades para formar su gabinete y definir su plan de gobierno, su planeación presupuestal y su agenda legislativa, de manera unilateral, sin consultar al Congreso: en eso la división de poderes es más literal que nunca. La elección de Sheinbaum fue contundente, sin lugar a discusión en cuanto a los resultados, y a unas semanas de su elección nos parece asunto del pasado. La historia no se detuvo ahí como era el caso hasta antes de 2018, en que los conflictos electorales se convertían en el modus vivendi durante los siguientes seis meses.

El otro ingrediente del relajamiento es que no hay la incertidumbre sobre qué pasara mañana o pasado en el proceso de transición y el traspaso de poderes. Con Amlo y Peña Nieto en 2018 existió desconfianza, los autoritarios le estaban entregando la corona y las joyas de la corona a su mayor adversario, un tipo al que no habían podido corromper y que no se doblaba con nada, menos ahora que ya había sido elegido presidente. Por lo tanto no se sabía qué le podrían tener preparado: un pastel de bienvenida, una crisis financiera para desestabilizarlo, o un golpe de Estado.

La negativa de Amlo a hacerse proteger por el extinto Estado Mayor Presidencial aumentaba la angustia del people connection. Por primera vez, la única vez que realmente contaba, el Presidente no tenía ni quería protección. Eso tampoco se había visto nunca. Los presidentes del PRI y del PAN partieron siempre de la idea y el temor de que uno o varios de sus conciudadanos los querían matar. Cuando casi nadie los podía matar por el fabuloso despliegue de seguridad precisamente del Estado Mayor Presidencial, un grupo selecto de militares dedicados exclusivamente a cuidar que ni un pétalo de rosa se acercara al presidente. La psicosis presidencial no tenía límites porque mantenerse y reproducirse en el poder haciendo trampas electorales, robando urnas, quemando boletas, comprando votos, abusando del poder, y robándose el presupuesto no es la manera más idónea para dormir tranquilo. La conciencia tranquila no vale dinero pero relaja los nervios.

En el escenario que presenciamos no hay diferencias visibles entre el equipo que sale y el que entra. Todos son de casa y están dispuestos a jugar el juego con bastante civilidad: el presidente que sale, la presidenta que entra, los diputados, los senadores. Y de casa también son las reformas de la agenda de septiembre próximo: podría decirse que fueron diseñadas por el dúo dinámico presidencial Amlo-Claudia Sheinbaum. Si la intriga, la envidia, la grilla, la mezquindad no logran un complot de aquí a septiembre próximo entre los dos presidentes, la conclusión del gobierno de Amlo será espectacular: una agenda de reformas que ningún presidente o primer ministro en el mundo y en la historia ha logrado en el último mes de su mandato.

Normalmente para el último mes todos han abandonado el barco. La soledad política de un presidente llegado a ese punto es devastadora. Ese mes es equivalente a cien años de soledad, como el título de la novela de Gabriel García Márquez, aunque para descorazonar a cualquier presidente, como dijo el ingenioso de Borges sobre ese título, con cincuenta años bastan.

Pero no será el caso de Amlo quien cerrará como estrella de rock and roll y, como reza el adagio, con la crema, los beneficios de la crema, y la sonrisa de la vendedora de la crema. Cerrará su sexenio lejos de la superficialidad que caracteriza al poder político: las reformas de septiembre cambiarán parte de la fisionomía institucional y social de México.

Ahora bien, la reforma al poder judicial ha generado  una nueva batalla política entre Amlo y la derecha. En un primer frente, los financieros operaron una depreciación del peso las semanas anteriores. Pero el dinero –la causa revolucionaria obvia de los inversionistas siempre– no conoce enemigos, conoce oportunidades. La maniobra no inhibió a Amlo ni a Sheinbaum, antes bien operaron un control de daños públicamente y en corto. En otro frente opera, desde luego, la Suprema Corte y los caciques del poder judicial. La propuesta de reforma judicial de Amlo no tiene mayor problema porque no busca desmantelar al poder judicial sino, válgase la obviedad, reformarlo, cambiar la fisionomía de sus instituciones y algunas mecánicas en su funcionamiento. Algo normal, y para lo que están precisamente el congreso y los poderes: no anquilosarse en el status quo. Pero eso originará a su vez –y es la parte más temida por los actuales detentadores del poder judicial– cambios de caciques. Porque en eso no habrá reforma judicial. Es decir, no habrá reforma en la formas y las intenciones, en el behavior, la conducta: México es un país donde un cacique cae para ser sustituido por otro cacique o un cuerpo colegiado de caciques: la cultura del corporativismo y el clientelismo no termina de desmantelarse. El sistema de nepotismo que existe actualmente en el poder judicial es uno de los móviles de resistencia a la reforma.

El tema controversial es la elección popular de los ministros y de los jueces. No es un sistema condenable pero da lugar a debates enconados y desconfianzas. Es posible que algunos perciban que no estamos preparados para eso y que simplemente sea porque no se ha puesto en práctica, no porque no sea el tiempo de cambiar de mecanismo. Aunque tal vez el sistema de sorteo, tan antiguo como la democracia griega clásica, pudiera ser un mecanismos mucho más libre de prejuicios y de riesgos para la neutralidad que se requiere de los jueces. Su legitimidad ya fue probada con la elección de los consejeros electorales el año pasado.

Los medios han comenzado a manejar que la Corte prepara una contrapuesta de reforma judicial, algo que pudieron hacer desde hace tiempo para abrir el debate, pero son sabedores que si abren el debate es porque reprobaron historia: como me dijo una vez el Doctor Juan Carlos Guzmán Ríos –especialista en movimientos sociopolíticos– en una reunión donde al calentarse los ánimos quien presidía se salió discretamente, desde Luis XVI la regla es que no convocas a los estados generales (los estados generales se convocaban para discutir problemas del reino pero en ese caso los propios estados generales se complicaron con el rey por el abandono en que los tenía y dio combustible para la Revolución: como sabemos el rey terminó guillotinado).

Milton Merlo de La Política Online ha descrito esta contrapuesta: “En la Corte esperan que Sheinbaum gane tiempo con los foros sobre la reforma porque esperan presentarle una contrapropuesta que ya se encuentra en elaboración y que hace foco, según pudo conocer esta redacción, en un proceso de selección más estricto, una mayor supervisión de la conducta de los jueces y elementos más directos para la remoción de estos. Un paquete de profesionalización de la justicia para evitar el retroceso de que los jueces se voten, como sucede en algunas autocracias.”

Si la Corte dobletea la reforma y aumenta la apuesta, la presidenta de la Corte, que está en salmuera con el dúo dinámico presidencial, comenzaría a alinearse como que no quiere la cosa antes de que se desfonde en el próximo sexenio. Se comenta también en los medios de que estaría cayendo exactamente en el punto donde quiere Amlo. La premisa es que Amlo siempre juega a fondo para quedar en un término medio y que avancen las reformas sensibles.

En otras palabras, la elección de los jueces, que provoca el drama y el escándalo, podría quedar en el camino pero las otras reformas no tendrían oposición en sus adversarios. O bien la elección de los jueces –que Amlo ha dicho que no estará a discusión en septiembre, que ya está escrito en el destino del poder judicial– puede ser votada junto con las propuestas de la Corte. Y el poder judicial cambiaría su fisionomía. En México los políticos siempre buscan el camino más largo, como ese film de Hitchckock The North by the South, se van al norte por el sur. En una discusión sobre temas de Estado primero es el pleito, después la descalificación, después la desinformación, y cuando el escenario colapsa, todos llegan al punto que debió ser el principio: las voluntades se ponen de acuerdo y se dan la razón. Es la prueba de la falta de profesionalización de los que conducen al Estado, porque la división de poderes no es el gobierno, es el Estado.

Si la presidenta de la Corte propone reformas más estrictas para vigilar a los jueces sería una forma de capitalizar una especie de confesión de parte sobre su anuencia a que ciertos jueces operan facciosamente en sus fallos para afectar al gobierno: “Bueno, ya me portaré bien pero déjame aquí”, parecería ser el compromiso.

De manera que la reforma judicial nacería bendecida por todos. En caso de que este escenario no se realice, la reforma judicial nacería bendencia por la mayoría legislativa y el people conection. La Jornada refiere que en promedio, de las tres encuestas elaboradas por Morena, De las Heras y  Enkoll, 82.6 % de la población encuestada votaría por esta reforma y el 82% dijo que es necesaria. Pero el río de estas encuestas traen otros lodos: el 58% considera que los jueces son corruptos y el 72.6% que los ministros deben ser por elección.

Sin duda alguna la percepción del people conection se debe a que en efecto, una de las calamidades junto al problema de salud que viven los mexicanos es la corrupción judicial. Casi cada familia mexicana tiene una historia que contar de sobornos, engaños, tráfico de influencias, relacionados con el poder judicial. Sin ir más lejos en las fiscalías estatales, desde que se pasa la puerta de entrada, todos los empleados de alto y bajo rango solicitan dinero para mover un dedo, a veces con actitud de perdonavidas. Más arriba, en la superestructura, la Suprema Corte y varios jueces se han comportado como la Secretaría de la Derecha. El sentimiento del people conection hacia el poder judicial es de desconnection y de resentimiento: miles de vidas han sido afectadas por la falta de ética y eficacia en los procesos judiciales.

La agenda de reformas de Amlo y de Sheinbaum para septiembre es la misma. Algo tampoco nunca visto en nuestro sistema político. La “normalidad” hasta ahora es que el presidente electo buscaba desmantelar todo lo hecho por el presidente anterior incluso antes de la toma de posesión.

Esto quiere decir que el presidencialismo ha llegado a una fase interesante donde la presidenta entrante no conoce la psicosis de poder de ser considerada una cinta adhesiva del presidente saliente sino que ella conducirá la más completa y compleja forma de presidencialismo que Amlo diseñó durante seis años. Eso es un concepto sofisticado del poder, y para llegar a él se necesita tal vez precisamente el perfil de Sheinbaum: es una investigadora científica de formación, y no comparte la ansiedad de competitividad de un cuadro partidista que cubrió la línea de méritos en campaña para llegar a la presidencia.

El 18 de junio Claudia Sheinbaum asumió el mando del Congreso. En un acto y gesto que inaugura la fase de hiperpresidencialismo de izquierda en México tuvo un cónclave con los cuadros legislativos de Morena en el Word Trade Center de la Ciudad de México, la presidenta electa fue sutil pero a nadie le queda duda que fue su primer acto de poder, de asunción gradual del poder. E irónicamente para la división poderes y su poesía constitucional, ese gradualismo comienza asumiendo el mando del Congreso. El hiperpresidencialismo es un fenómeno pero no es necesariamente mortal para la democracia. Puede producir una colaboración de los poderes tal como lo quiere la Constitución, en vez de enfrentamientos y pesadillas como hemos visto en México en los últimos veinte años. Lo que no es bueno es su prolongación en el tiempo, ni su realización a base de fraudes electorales. En el World Trade Center, la presidenta electa les dijo a la mayoría de las dos cámaras: “Nos corresponde a todos los que estamos aquí responder y cumplirle al pueblo de México, no dar marcha atrás a lo logrado y seguir avanzando por el camino de la Cuarta Transformación. Esta elección demostró que tenemos un pueblo consciente y que nuestro mandato es gobernar con el pueblo”.

También confirmó que en septiembre próximo están firmes seis reformas para aprobarse por este nuevo Congreso, las cuales han convertido al dúo dinámico presidencial que forman ella y Amlo en un grupo compacto. Son: la reforma al Issste en materia de pensiones, la reforma al Poder Judicial, la pensión para mujeres entre 60 y 64 años, la beca universal para estudiantes de educación básica, la no reelección para legisladores (diputados y senadores) y alcaldes, una reforma que despertará sin duda mucha simpatía en la clase media y elevará rangos de legitimidad de la nueva presidenta en la sociedad. Hay otra reforma que Sheinbaum ha agregado a esa agenda y es el reconocimiento de derechos de pueblos indígenas y afromexicanos.

Sin duda la declaración de que esta agenda de reformas ya sólo esperan que llegue septiembre para ser votadas y promulgadas es descorazonadora para la oposición de derecha del actual congreso y sus promotores financieros. Hace tres años creyeron que le habían arrebatado el poder a la izquierda  –y que le arrebatarían la presidencia– al lograr frustrarle la mayoría en la Camára de diputados, y que en una de esas derrumbarían al presidente desde el Congreso. Esto último es una falacia a la que es dada la derecha en todos los sistemas políticos del mundo, y que no es otra cosa que política ficción: en un sistema presidencial es imposible que el Congreso por sí mismo provoque el colapso de un Presidente… Para eso, se necesita la complicidad de la Suprema Corte y a los militares.

El fenómeno que debemos observar es que actualmente hay dos poderes presidenciales –no dos Presidentes– cada uno con un enorme poder bien definido y que no chocan entre sí, por lo tanto no se colapsan, por el contrario, se complementan, en un escenario inédito en el sistema político mexicano. El poder de Amlo tiene las estructuras bien aceitadas y una tremenda capacidad de controlar crisis, golpes, ataques, emboscadas y avanzadas, en resumen, que lo mismo tiene operatividad en la vanguardia como en la retaguardia y permite el avance táctico y concreto de su proyecto. El poder de Sheinbaum, presidenta electa, es por estas horas como un picaporte que abre puertas que resistían, voluntades no empáticas con Amlo por su naturaleza combativa, y desde luego, es una promesa segura para realizar deseos políticos, económicos, financieros y sociales con seis años por delante. Detenta un poder que emana de la maquinaria que Amlo le deja aceitadísima, una división de poderes que es una foto que a contraluz empieza a verse, para ilustrarlo como lo hace la Constitución, en un solo Poder de la Unión.

Juntos, los poderes políticos de estos dos presidentes avanzarán todo el verano hasta septiembre, complementándose y fortaleciéndose mutuamente. Eso no lo tuvo ni Obama.

Freddy Domínguez Nárez

Doctor en Ciencias Políticas por la Université Panthéon-Sorbonne Paris I. Miembro del CRICCAL-Université de la Sorbonne-Paris III. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores del Conahcyt. Profesor Investigador en la Dacsyh-UJAT.

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