PoliticusMagazine

¡¿Dónde está la cama de Dante?!

Para mi querídismo amigo
Vicente Cuba Herrera,
transfigurado en Dante

Un poeta que llamaré aquí De la Luce, en un encuentro de escritores en una ciudad del trópico húmedo hace ya muchas lunas llenas sobre París, nos contó que había residido un tiempo en Florencia. Que tenía una novia. Que con esa novia visitó la casa de Dante. La novia y él entraron a la alcoba de Dante. Acarició un poco lascivamente a la novia frente a la cama de Dante. El guardia que vigilaba la recámara de Dante se dio cuenta, y como buen espíritu latino entendió lo que estos otros latinos deseaban. De manera que el poeta De la Luce le dijo en italiano que le hiciera el favor de dejarlo a solas un momento con su novia en la habitación, al tiempo que le extendía una propina. Aquí el poeta De la Luce se citó a sí mismo en italiano e hizo el ademán de dar una propina. El guardia se alejó contento, conforme, gustoso tal vez de que la cama de Dante iba sentir la levedad después de tantos siglos… o después de tantas otras levedades. Eso fue lo que inferimos los que escuchábamos al poeta De la Luce, porque él sólo dijo que el guardia los había dejado solos. Y fue entonces que declaró, desde la divinidad de una comedia: “El guardia se fue e hicimos el amor en la cama de Dante”. ¡En la cama de Dante! ¡Coño! No hay, se los juro, nada más sublime que oír eso y pensar que la cama de Dante estuvo ahí por varios siglos hasta llegar a ese momento. Y lo más fantástico es que seguiría ahí el tiempo necesario para que nosotros también llegáramos con la Bice de nuestros sueños a sobornar a los guardias de la casa de Dante. No hay, se los juro también, nada más instantáneo para convertir a un simple narrador en un héroe total, que hizo no cual o tal hazaña sino ¡la hazaña!: única en el mundo y única entre todas las generaciones, amén. En fin, no hay nada más nítido que sentir la espada del destino rozar nuestras narices y dejarnos un paso atrás para siempre, un paso atrás del poeta De la Luce, un paso atrás de esa magnífica alcoba, un paso atrás de esa magnífica cama, y un paso atrás de ese magnífico guardián amistoso. No hubo palabras para admirar al poeta De la Luce como se merecía, y ahí mismo, de paso, presenciamos cómo cuaja una leyenda. Ese breve relato lo tenía todo para animar la exaltación y la exclamación que dejamos ir al oírlo: era un cuento, una novela, una épica, un cortometraje, un Tik Tok (aunque aún no existía el Tik Tok), una redención del mismísimo Dante que sólo tuvo sueños eróticos con Bice o Beatrice Portinari. De hecho era la consumación de Dante y Bice. Homero, Shakespeare, Balzac, Proust, Joyce, tienen algo en común: cuando los lees ya no puedes olvidarlos, se van a vivir con uno para siempre. Eso pasó con el relato del poeta De la Luce. Para nosotros los jóvenes fue verlo ascender a los cielos poéticos. Que concibiera la idea, que se deshiciera del guardia, que se atreviera a hacer el amor con su novia… ¡en la cama de Dante!… era toda la poesía del mundo. Dejar su huella efímera en las sábanas (pensamos también en las sábanas, sin decirlo), junto a la de Dante, entrar a la dimensión de Dante,  era mucho más de lo que pueden aspirar un poeta, un rockero y un revolucionario juntos.

Pero De la Luce no calculó que alguno de nosotros, un día no muy lejano, se pasearía por Florencia y llegaría a la casa de Dante, evidentemente con la ambición de ver la cama donde había consumado su proeza. Ver el sitio, estar esa habitación que era una cápsula de tiempo de las tribulaciones dantescas y la empresa amorosa de De la Luce. Estar parado frente a la cama siendo el único que sabría que no sólo Dante había dormido ahí, sino que había pasado algo más y que el gran tema del mundo. Tres años después de esa plática del poeta De la Luce en la ciudad tropical yo vivía en Paris y decidí ir a vivir unos meses a Florencia. Una de las primeras cosas que hice fue ir a la casa de Dante. Pensaba en el relato del poeta De la Luce. Sin embargo me di con que la casa existe pero está vacía. Es un triste museo sin ningún mobiliario original: no hay sillas, ni mesas, ¡ni cama de Dante! Sin embargo es cierto que daría mi reino por que se me ocurriera contar una historia de tal magnitud, concisa, total, brutal, un contrapunto ingenioso de la dramática historia amorosa de Dante con Bice antes de que se convirtiera en Beatrice en el poema de Dante.

Pero al parecer Dante aún provoca locuras por todos lados. Años antes de ese mediodía con el poeta De la Luce en la ciudad tropical, presencié otro de esos contrapuntos. Un grupo de amigos viajamos de noche en bus de una ciudad tropical que es la tremenda capital del ocio a la Ciudad de México, a un concurso de oratoria, nuestra pasión en ese entonces. Uno de ellos, Vicente Cuba Herrera, estoy seguro ha vivido siempre con la sensación de ser el alter ego de Dante aunque no se haya decidido nunca por escribir poemas más allá de sus apuntes personales. Aunque, como todos, no ha escapado a dramas y comedias dantescos.

Esa noche le tocó un asiento del lado del pasillo en el bus. En cuanto comenzó el viaje inició una plática con una muchacha sentada, a su lado, del otro lado del pasillo. Después de un corto tiempo en que se pusieron al día con sus datos de registro civil, y en la fase en que un bandido comienza a querer impresionar a una chica con sus historias materialistas tan lejanas del materialismo histórico, o a decirle que la ama y a proponerle matrimonio nada más llegar el bus a su destino, el alter ego de Dante en que se había convertido Vicente por esas horas le preguntó a su Beatrice si conocía la Commedia. Ese es el verdadero título que Dante le puso a su obra.   Vicente  realidad le preguntó a la muchacha por La divina comedia pero ese título es una licencia que se permitió Boccaccio, gran admirador de Dante, una generación después.

Boccaccio bautizó como Divina a la Commedia cuando las autoridades florentinas le pidieron que explicara la obra de Dante para el público, con el afán de promover la lectura. A como también fue Boccaccio el que ajustó para la posteridad el nombre mismo de Dante Alighieri más afortunado que su nombre completo Durante di Alighiero degli Alighieri, que es casi un trabalenguas para el oído y la vista contemporáneos.El caso es que Vicente le pregunta a su Beatrice de la noche si había leído La divina comedia, que aquí llamaremos Commedia. La pregunta no era cualquier cosa. No es lo mismo preguntar a una chica si conoce el poema número veinte de Pablo Neruda, tan ablandacorazones (“Puedo escribir los versos más tristes esta noche / Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos») y tan lapidario de toma este destino ahora o renuncia para siempre (“Nosotros los de entonces ya no somos los mismos”),  o alguna porquería de Benedetti, o El brindis del bohemio. Aunque hubiera sido inapropiado preguntar por ese poema espectacular de Guillermo Aguirre y Fierro a una muchacha. El poema comienza con el famoso verso “En torno de una mesa de cantina una noche de invierno”, y en ese entonces las muchachas no se sentaban en torno de una mesa de cantina a ahogarse con aguas locas –todo alcohol es nivel aguas locas según los griegos clásicos– como es común ahora (el mundo ha cambiado para mal: pensemos en que la palabra “antro” designaba un lugar de mala muerte y deshonroso y hoy es parte de la personalidad –¡Oh dios, dios Dionisos! ¿por qué nos has abandonado????).

Retomando la historia de Dante en el viaje a la Ciudad de México, estaremos de acuerdo que no es lo mismo preguntar durante el abordaje cortesano en un bus –con luces apagadas, rugido del motor, y la noche como una sábana espiando la sonambulez de los pasajeros– por obras vernáculas que por un poema de altísima literatura de nuestra civilización que tiene nada menos y nada más que ¡14 mil versos! Eso es como para arruinar una ambición de boda y preferir el materialismo histórico a las historias materialistas de cualquier Casanova común. La chica le dijo que no conocía la Commedia. Vicente comenzó a contarle de entrada, con una voz susurrada, convincente hasta la seducción, de contador de fábulas y que doblegaría a cualquier dama de hierro, la historia del amor, desamor más bien, de Dante con Bice –como le decían en su casa a Beatrice– que lo llevó a escribir el gran poema. De ahí pasó a contarle el Inferno. Pueden ustedes imaginarse que no hay nada de romántico contarle el Inferno a una muchacha que estás conociendo, particularmente algunos círculos del Inferno como el que preside el monstruo de tres cabezas que profiere insultos a los que se ahogan en la inmundicia, y sabemos que los demás círculos no son precisamente una novela de Jane Austen. Pero el secreto de la Commedia es que, al igual que los cánones bíblicos que derrumba y fortalece al mismo tiempo, lo sublime inhibe toda ordinariedad: si bien la Commedia es una obra de arte poética, la idea de la Commedia es en sí misma arte. A medio relato del Inferno en el bus, vi que ya la tenía tomada de la mano, románticamente, inspirado y concentrado en la narración del poema de Dante. Mi amigo continuaba el Inferno inclinado hacia la chica, a veinte centímetros de su oído, no con actitud depredadora de los conquistadores vulgares y bribones, los dioses me libren de hacerles pensar eso. Sino con esa que tienen aquellos que logran transmitirnos el amor a la literatura, a un libro, a un poema, en este caso a una obra maestra. Ya no la estaba conquistando. Buscaba que ella se transfigurara en Beatrice, él a esas alturas seguramente ya transfigurado en Dante. Le contaba a Bice lo que Beatrice le había hecho a escribir a Dante, es decir, su alter ego. El viaje duró doce horas y el alter ego de Dante habló del Inferno a la chica al menos tres. Y ella lo escuchó fascinada. ¡eso fue lo impresionante, que ella lo escuchó fascinada! ¡OH TU DUCA, TU SIGNORE, TU MAESTRO!

En la vida hay momentos sórdidos donde la poesía no tiene por qué aparecerse, no debe aparecerse, no hay razón aparente para que se aparezca. Uno de ellos es hacer cola en la caja del supermercado.  Nunca vi sus rostros, atrás de mí escuché voces de dos milenials o de la generación Z, haciendo cola para comprar una Sabrita y una coca cola o algo parecido. Estábamos en algún punto de la tremenda capital del ocio. Hablaban de haber ido para allá, de haber venido para acá, de cómo perderían el tiempo esa tarde. De pronto una de ellas dijo que al día siguiente tenía examen. Que en clase estaban viendo La divina comedia. Que el profesor les había encargado aprenderse de memoria uno de sus pasajes. Dejé que me invadieran prejuicios. Pensé que oiría a la voz despotricar contra Dante, contra La divina comedia, contra el maldito profesor, la maldita literatura, y a lamentar por qué el examen no se trataba mejor de memorizar la letra de algún rap que también es literatura, ahí está de ejemplo el Nobel a Bob Dylan, ¡Pero señorita Bob Dylan no canta rap y algo de metáfora tienen sus canciones y sepa usted que el comité del Nobel tenía en ese momento problemas, a como lo tiene cualquier persona con su alma, su espíritu, su mente! Pero no. Lo que oí fue a la voz soltarse a recitar así sin coma y con esa naturalidad con la que hablamos de un cine de la sede del fisco de una iglesia que se había aprendido lo que está escrito en la puerta del infierno Por mí se llega a la ciudad del llanto por mí a los reinos de la eterna pena y a los que sufren inmortal quebranto dictó mi autor su fallo justiciero y me creó con su poder divino su supremo saber y amor primero y como no hay en mí fin ni mudanza nada fue antes que yo sino lo eterno renuncia para siempre a la esperanza. ¡Knockout técnico bambino! Se trataba nada menos y nada más que del perturbador incipit del Canto Tercero del Inferno, que es el segundo y verdadero comienzo de la obra, cuando Dante llega a las puertas de Caronte, el barquero que pasa a las sombras a los círculos infernales. La recitación confirmó a Dante inmaculado en esta era de razón cínica, de flojos académicos, y de charlatanes literarios. Como en los buenos tiempos el Inferno está en todas partes.

Ahora diré algo para aquellos que piensan que Dante es cosa de enciclopédicos, comedidos e irrefutables. Una tarde, cuando era un incipiente lector de trece años, en torno de una mesa departían varios alegres bohemios. Aparentemente no tenían ninguna relación con la literatura. Uno de ellos me vio leyendo un libro, o alguien le dijo que yo leía, se me acercó y le platiqué que de los libros que más me gustaban eran La divina comedia de Dante, de la cual yo había leído un extracto a los once años. Entonces el señor me dijo desde el altamar de sus horas de vino que me iba a dar un libro que yo tenía que leer. Se fue a su casa que quedaba cerca de la casa de los familiares donde estábamos y regresó con La divina comedia en la edición Los clásicos de la editorial Grolier, prologada por Jorge Luis Borges. La sensación de que uno está en movimiento cuando pasamos de una página a la otra al leer un libro hizo que cuando llegué al Canto Tercero del Inferno tuviera la impresión de encontrarme ante la puerta misma del infierno como si caminara hacia ella y me cerrara el paso.  Es porque el poema es la puerta misma al Inferno. Dante fue uno de los primeros en llevar a la literatura los efectos del cine, arte que aparecería seis siglos después.

Uno queda fascinado por el poema desde el primer verso, cuando la puerta le habla a nuestras sombras más profundas: “Por mí se llega a la ciudad del llanto”, y se siente que no hay redención, y que esta vida no es sino el Palacio de los Condenados después que uno lee los últimos dos versos: “Nada fue antes que yo sino lo eterno…/ Renuncia para siempre a la esperanza”. El cierre definitivo de la vida está en ese verso entre bíblico y esotérico, cosmogónico y cosmológico: “Nada fue antes que yo sino lo eterno”: la Totalidad. Inferno antes e inferno después. La dolce vita es un puñado de cenizas. Vemos a un Dante pascaliano o a un Pascal aventajado por Dante. Como dijera Brodsky, ahí el yo sustituye al alma. Brodsky encuentra culpable de esto a Pascal pero en realidad puede remontarse a Dante e, indudablemente, a Sócrates,  y antes a Heráclito y la profundidad del logos como alma y pensamiento posibles solo a través del ser, que como ustedes han adivinado es el papel celofán en que está envuelto el yo. Pero el verso de Dante “Nada fue antes que yo sino lo eterno” es más moderno en el sentido del individualismo autoritario, y revela la noción más vendida de destino en nuestra época: hay un poder omnipotente que no es el bien sino el mal, y que se legitima con el no tiempo: la eternidad.

Pero todo es inspiración. Tres o cuatro años después, a los diecisiete, encontré una fórmula para tener también una comunión con Dante. Claro que para entrar en comunión con la eternidad hay que hacer trampas piadosas: es el método de los mortales. Escribí un poema basado en el tono del poema de la puerta del Inferno, y claro con el puntilloso título “Para una reescritura del inicio del Canto Tercero de La divina comedia”, idea que fusilé de Eduardo Lizalde que tituló uno de sus poemas “Para una reescritura de Nocturno a Rosario de Manuel Acuña”.  “Respecto al volumen de la edición Grolier que me prestó el señor bohemio no tuve la oportunidad de regresárselo nunca. Lo tuve mucho tiempo hasta que un día desapareció de mi vista durante unos ¡treinta años! Pero el destino se desarrolla. Con frecuencia Vicente Cuba Herrera –el héroe de la Beatrice del bus– y yo hablamos de Dante y comentamos el poema de Dantes, que como ustedes saben son dos cosas distintas hablar de Dante y hablar del poema de Dante. Lo primero es refritear el chisme de su vida y lo segundo paladear versos, pasajes e imágenes de la Commedia. Hace poco más de dos años me dijo que tenía un ejemplar de La divina comedia donde yo había escrito una frase. Después fui a su casa y le pedí me mostrara la frase. Resultó que el ejemplar de La divina comedia era el mío, o más bien el del señor bohemio que yo había dejado de ver –me refiero al libro no al señor. Vicente comprobó que en efecto tenía otro ejemplar que era el suyo. Como le dije que ese volumen era valioso para mí aceptó regresármelo no sin pesar, pues apreciaba tener mi autógrafo en el libro. La frase era de inspiración retórica, nada memorable, como la que escriben los adolescentes en los libros buscando hacerse de una frase célebre con la cual pasar a la historia, inocente pobre amigo que no sabe que las frases históricas de los momentos cumbres que pronuncian los héroes se hacen en las agencias de publicidad pagadas por los gobiernos que fabrican símbolos patrios. Bref, como se dice en francés. La maravilla de la vida hizo aparecer mi libro en la biblioteca de Dante, de Vicente que ama transfigurarse en Dante al leerlo o contarlo. No tengo la menor idea de cómo llegó ese ejemplar a su biblioteca pero no es la primera vez que me pasa. Un duende en la familia seguramente dispersó varios volúmenes y documentos en los años que estuve fuera pues un día me abordó en la calle un conocido y me dijo que tenía en su casa un diario mío. No un periódico al que les también llamamos diario sino un cuaderno con mis impresiones privadas del día a día que yo había manuscrito. También me lo regresó pero lo volví a perder a como pierden las cosas los poetas (y acaso ese sea mi único roce con ese hermoso destino como dijo Borges): en un incendio.

“Máscara mortuoria de Dante, Palazzo Vecchio, Florencia”

Freddy Domínguez Nárez

Doctor en Ciencias Políticas por la Université Panthéon-Sorbonne Paris I. Miembro del CRICCAL-Université de la Sorbonne-Paris III. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores del Conahcyt. Profesor Investigador en la Dacsyh-UJAT.

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