PoliticusMagazine

Carta sobre la nueva barbarie

Reseña en forma de epístola del filósofo español sobre el libro Nueva barbarie de la tristeza feliz, De Lorenzo Diez León, Gatsby, 2023, 140 p.

Querido Lorenzo:

Al fin he leído tu crónica. Humanamente conmovedora, un poco angustiosa incluso por la intensidad de las sensaciones. No solo en los momentos las lúgubres, también en los de belleza punteada, fulgurante en medio del terror. Tú crónica está llena de himnos a semblantes singulares, a apariciones radiantes. Mayores, jóvenes, guapos y feos, mujeres y hombres. Es curioso cómo la especie se concentra en torno a la tragedia, que además tiene la virtud de quitarnos el maquillaje y mostrar enseguida quién es quién. Tu crónica está muy bien escrita, es impactante y cargada con la mejor literatura. Que siempre es narración de lo particular. No intento frivolizar en lo más mínimo, ni creo que hayas escrito otro capítulo de la llamada autoficción, que nunca supe muy bien qué significaba. Tu experiencia es extrema, muy distinta a la mía. Yo apenas fui tocado por el virus, y en un periodo tardío, en este pasado agosto gallego. Lo mío fue tan leve que el sistema no me hizo ni puto caso, y se entiende. Teniendo en cuenta además que España, para bien y para mal, comenzó antes que México a entrar en la pandemia. Sí, la belleza de los santos, los que dan su vida en momentos de apuro. Tu crónica es impresionante, teñida de un aire maléfico y de reflexiones éticas y estéticas valiosísimas. Una primera duda que me asalta: ¿Cómo conseguiste esa atención de privilegio, con tal frente de médicos y enfermeros a tu servicio? ¿A través de amigos o familiares? ¿Por la privada? Parece claro que fue esa inmensa humanidad de “santos” y “santas” que te rodearon, además de tu hija Andrea, lo que te salvó. Todos ellos mantuvieron en tu entorno un fuego encendido permanentemente, fuego de sabiduria médica, de atenciones y cariño, de masajes y cuidados. También el calor de alimentos escogidos, traídos por ese mensajero llamado Nelson. Para nada tampoco mi experiencia fue esa en Galicia este pasado verano. Yo no la necesitaba, afortunadamente, pero alguna gente que sé que la necesitó, sobre todo en momentos iniciales de la pandemia, no consiguió sobrevivir. En efecto, también en España fue durante meses como una guerra, con heridos y un cruento triage que había de decidir en quién valía la pena volcar
esfuerzos y en quién no. Cierto, tuviste esa suerte, la mejor enfermería nos prepara para que actúe la fuerza benéfica de la naturaleza. El terror que se vacuna en el entretenimiento, dices. No sabes hasta qué punto sé de eso. Solo Dios sabe hasta qué punto bebí, hasta qué nivel tonteé al teléfono, y escribí frenéticamente -dos libros-, para pasar aquellos meses de una primera e insólita angustia. Hacía mucho tiempo que no vivíamos una guerra así. Hay una reflexión política por hacer. No sé a ti, a mí me quedo y me queda un poso de hartazgo y amargura por la forma extremadamente neurótica en que la hipocondríaca España y Europa -el caso de América creo que es otro- ha llevado la gestión de esta emergencia. Temo que a los neo-humanos que salimos de esta silenciosa guerra nos costará ser los mismos. Ya no éramos tan sublimes, de acuerdo. Pero es como si lo peor de la especie, a pesar de algunos héroes y heroínas, se hubiera puesto en juego en este ensayo de emergencia. Con unos políticos habituados a una población amedrentada y obediente, con unos periodistas encantados con diez páginas sensacionales todos los días. Y prácticamente gratis, como si no hubiera otro tema y otros problemas. Hubo un día que supimos que no éramos inmortales. Ahora habrá que recordarlo para sacar fuerzas de flaqueza y volver a la guerra de guerrillas de todos los días. Al virus lo venceremos con nuestros cuerpos. A la nueva laya de mandarines nos va a costar un poco más.

Ignacio Castro Rey

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