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Ramón Bolívar, poeta, a cinco mil pies sobre el nivel del hombre y del tiempo

Hace unos días Ramón Bolívar, uno de los poetas más importantes de la literatura mexicana contemporánea cumplió 71 años. Cosmopolita de la meseta, es también un espíritu tropical y tropicoso. En Tabasco es uno de los dos poetas más importantes de todos los tiempos que ya comparten esa gloria con José Gorostiza, Carlos Pellicer y José Carlos Becerra. El otro poeta es, desde luego, Dionicio Morales. Ramón Bolívar ha sido además un importantísimo promotor literario cuya obra maestra en ese sentido fueron las Jornadas Internacionales Carlos Pellicer que tuvieron una repercusión en varios sentidos en el mundo literario. También es el único en ejercer lo que podemos llamar la “diplomacia literaria” en el medio para impulsar proyectos y poetas. Es, simplemente, un inigualable hombre de letras y defensor de las artes. También un activista contra el régimen autoritario, en lo cual siempre se mantuvo incólumne, sin hipocresías ni virajes acomodaticios como algunos otros pretendientes de la poesía que se acuestan políticamente con todos. Ramón Bolívar siempre ha tenido claro que la relación de un poeta con el Estado es antinatura. Accesible con todos, disciplinado, gran lector y amante de las artes, dibujante secreto, buen cocinero también secreto, y conocedor de algunos laberintos de alma, de la política y de la cultura, esta es la historia de nuestra gran amistad, que conté en el libro donde reuní mis escritos sobre su poesía Meridiano Butterfly. Ramón Bolívar o el logos de la sensualidad (2015, Gatsby ediciones), edición agotada.

Lo perseguía la fama de mafia literaria. De escribir poemas extraños, “deconstruibles” en el desolladero de ocasión. De ser distante, un protegido. Uno no entendía por qué muchos tenían esas desavenencias con ese personaje de dos libros breves: Punto por punto y Cuaderno de notas. El solo título de esos libros alimentaba a los francotiradores de la Sociedad de Escritores por identificar, discretamente, a sus detractores. Así que me lo vendieron como infrecuentable en 1989. Presentí que Ramón Bolívar tenía más perspectiva que  lo platicado por ellos. Yo sabía que era uno de los organizadores de las Jornadas Internacionales Carlos Pellicer pero ignoraba que, al igual que las mujeres de la calle, también tenía su historia. No sabía su pasado político ni de dibujante ni de sus  fabulosas amistades que comenzaban con Carlos Pellicer y llegaban a Julieta Campos. De eso los francotiradores no hablaban. De hecho se mantenían al margen del aura de Ramón Bolívar, y de su prestancia. Atlético, con una sonrisa afable que puede volverse irónica para decirte que has salido de su mente, pocos pueden competir con su carisma, con el logos de la sensualidad de su poesía, y con su diplomacia en empresas culturales. Es un predestinado en quien convergen lo dionisiaco y lo apolíneo, la sencillez y el snobismo cultural, el discurso del amor y el difícil arte de la ambición de lo que oyen los poetas. Por aquella época esa prestancia estaba aderezada de una agenda/directorio que traía en la mano como si fuera su mascota y en donde, listos para actuar, vivían contactos oficiales, no oficiales, underground, literarios y políticos –Samuel Gordon me mencionó esa agenda con admiración años después. Lo único que se me hizo extraño fue su nombre: tan histórico, taaan paráfrasis del generalísimo, tan lejos de los nombres clásicos que, en todo caso, son más comunes en estas tierras. Fuera de eso mi natural proceder selectivo no vio inconveniente y me propuse conocerlo.

Una mañana de 1989 lo vi de lejos en las calles del centro de Villahermosa. Dudé en alcanzarlo. Pero no se le veía mucho, y mi idea de abordar a cualquier personaje siempre ha sido a solas para que no haya prisas o entrometidos que arruinen la presentación. Así que corrí una cuadra de la calle Saénz a la esquina de la calle Aldama y Juárez, lo alcancé frente a la Michoacana. Ya de cerca, de espaldas, se veía imponente, más capo de mafia literaria que poeta y dudé un pequeño periodo dentro del instante pero al acercarme le pregunté, como si no lo supiera y como si no hubiera sido el motivo de haber corrido “Hola, ¿tú eres Ramón Bolívar?” Me dijo que sí, y entonces su voz y la afabilidad de su rostro lo hicieron verse más poeta y nada de capo de mafia. La cosa es que yo había pensado con antelación el truco para abordarlo y asegurar una conversación posterior con él: que si me podía revisar unos poemas. Me dijo que sí. No recuerdo cuándo se los di (no había internet) pero sí que nos vimos en la Biblioteca José María Pino Suárez días después para ver sus comentarios francos, de buen lector, de buen Virgilio, y de buena gana. Desde entonces hemos recorrido juntos tramos interesantes, emotivos, literarios, editoriales, que han contribuido en mucho a mi vida literaria. 

Primero fueron los consejos tanto para los poemas como para mis primeros tanteos de una novela (leyó un terrible primer intento sin pies ni cabeza). Cosas simples pero que todavía están presentes en mí cada vez que escribo o corrijo. Para decirme que debemos concentrar el mensaje poético: “La poesía no es un libro, un poeta a veces es recordado por un poema, a veces por un verso”. Para ubicar a un iluso novelista confinado en ese entonces a los límites mexicanos: “No puedes escribir que cayó un aguacero en Londres, allá no llueve como aquí, es una lluvia muy fina, constante”. Para decirme que no era necesario que escribiera en avalancha: “Cavafis trabajaba un poema por año, ¿te imaginas lo que es trabajar un poema por año?”.

Y una noche, en el café de la Alianza Francesa, en Villahermosa, después de platicar un rato, hizo una pausa, me miró y me dijo algo que ya estaba en mí pero él no lo sabía: “Tú te tienes que ir de aquí”. Tres años después, yo ya llevaba un tiempo en París, y me elevó a los cielos cuando le pregunté si podía sugerirle invitados para las entonces prestigiosas Jornadas Internacionales Carlos Pellicer, y me dijo: “Claro que sí, considérate nuestro agente en Europa”. Le sugerí invitar, entre otros, al famoso crítico Claude Fell, que había introducido al boom latinoamericano en Francia en Le Monde dos décadas atrás, y que entonces era mi maestro en la Sorbona. Pero a tiempo las Jornadas entraron en crisis. Ahora las Jornadas ya no existen, ya casi nadie las recuerda, pero de todos los títulos y comisiones que puedo ostentar en la realidad de mi alma, el que más me ha ennoblecido, es ese que me dio Bolívar. Todavía me siento el contacto en Francia, y sueño con que resuciten esas Jornadas.

Antes de eso su generosidad me permitió ser ponente en las Jornadas Internacionales Carlos Pellicer (como también se les conoce), y de una manera inusual. Como todo congreso serio se planeaba con un año de anticipación. Diez días antes de las IV Jornadas me encontré con él en la calle, y le pregunté si podía presentar una ponencia sobre una comparación entre Cuatro cuartetos de Eliot y Muerte sin fin de Gorostiza. Bolívar, sin conocer el texto –y que para entonces yo todavía no había escrito–, me programó en una mesa con críticos del Colegio de México, de la Universidad de Brown, y frente a todos los demás críticos y escritores como Samuel Gordon, que es un príncipe del rigor, y el no menos prestigioso Miguel Barnet, quien me invitó a La Habana, y le dijo a la nomenclatura literaria “Ahí donde lo ven con cara de niño gerber, ya escribió sobre Eliot”. Ahí es donde se ve florecer la generosidad de Bolívar, lo que lo vuelve un respiro, una summa de meridianos donde las mariposas son el vuelo interior del poeta.

Me integró al Consejo Técnico de las Jornadas Internacionales Carlos Pellicer un breve periodo. Un día le sugerí invitar a Álvaro Mutis a inaugurar las siguientes Jornadas de 1992. Le pareció buena idea. Le hablé a Mutis a su casa en San Jerónimo Lídice, le platiqué las cosas, le avancé la intención de la invitación, y le pasé la cuerda a Bolívar para que lo fuera a invitar personalmente. El asunto de las Jornadas seguiría en mi camino. Tres años antes de las últimas Jornadas (el objetivo era que terminaran el año del centenario de Carlos Pellicer en 1997), Samuel Gordon asistió a un coloquio en la Sorbona de París donde yo estudiaba, organizado por Claude Fell, y lo fui a ver. Pasamos tres días conversando y caminando por esa ciudad. En una de esas caminatas –que Samuel y yo llevamos para siempre en el alma y en la cual dimos un rodeo desde Saint-Germain des Près a La Coupole–, en las inmediaciones del Hôtel des Invalides, Samuel Gordon me preguntó si yo consideraba importante que las Jornadas Internacionales Carlos Pellicer siguieran adelante. La pregunta me tomó por sorpresa, le di un rodeo. Samuel me encañonó de nuevo con la pregunta “¿Pero tú consideras que es importante seguir adelante?” Creo que me explicó un poco la situación. Le contesté que aparte de reunir cada año a un grupo de intelectuales, poetas, escritores y pensadores muy importantes de varias partes del mundo, esas Jornadas lo habían sido todo para un escritor incipiente como yo. Me parece que Samuel tomó muy en serio mi respuesta, no dudo que fuera de otra manera, puesto que su pregunta era seria, y él era un escritor y crítico muy serio. Todo esto me hace ver que ese proyecto fabuloso animado por Ramón Bolívar junto con Carlos Sebastián Hernández, Samuel Gordon y José Prats Sariol, un extraordinario crítico y escritor  quien era un entusiasmado conocedor de la obra de Pellicer y de las Jornadas, me abrazó entrañablemente con la fertilidad literaria que derramaba por los cuatro puntos cardinales.

A Ramón Bolívar también debo la publicación de Historia natural del olvido en la ahora mítica colección El ala del tigre de la UNAM, dirigida por Rubén Bonifaz Nuño y capitaneada por Vicente Quirarte, y de mi libro Intemperies en el Fondo de Cultura Económica. Del primero aceptó llevar un primer manuscrito a Quirarte y, meses después, aceptó llevar un segundo manuscrito –una selección de poemas que hice del primero, sin contemplaciones– que fue la versión definitiva. También acercó mi segundo libro a Julieta Campos quien, después de leerlo, lo recomendó al Fondo de Cultura Económica. Fue más generoso al llevar un tercer libro mío al Fondo Editorial Tierra Adentro el cual, aunque fue dictaminado para su publicación. Nunca se editó porque Juan Domingo Argüelles, entonces coordinador editorial, se negó a publicarlo con mi seudónimo literario, y retiré el manuscrito. También ha escogido escenarios espléndidos para nuestras conversaciones en la ciudad de México, desde desayunos en palacios antiguos hasta una muestra farandulera underground en el “Butterfly” en compañía de amigos (Bolívar me dijo hace tiempo que el “Butterfly” ya no existe).

En 2004 Bolívar y yo nos reunimos a cenar en la ciudad de México y lo invité a que fundáramos un sello editorial, una idea que yo tenía desde diez años atrás. Sugirió que le llamáramos Hora y veinte como el libro de Pellicer. El sello existió año y medio y publicamos tres títulos extraordinarios: la novela Guanabo gay de nuestro amigo José Prats Sariol, recién exiliado en México –ahora vive en Miami y acaba de publicar la segunda edición de esta bellísima novela en España– quien había sido finalista del Premio Rómulo Gallegos con su novela anterior. Operaciones críticas. Estudios sobre literatura latinoamericana del siglo XX, de Samuel Gordon, y Tópicos y trópicos pellicerianos, estudios sobre la vida y obra de Carlos Pellicer, coordinado por Samuel Gordon y Fernando Rodríguez, que reúne las últimas ponencias importantes de las Jornadas Pellicerianas que no se habían publicado hasta entonces.

Esta narración de hechos y cohechos literarios quise juntarlos y ofrendárselos como un homenaje del muchacho que lo alcanzó en la calle una mañana soleada, del amigo que tiene en mí desde entonces, y del enfant terrible que soy y he sido, y que también él ha cobijado. Él, Ramón Bolívar, que sigue escribiendo, ahora a cinco mil pies sobre el nivel del hombre y de tiempo, como se percibía Nietzche.

Freddy Domínguez Nárez

Doctor en Ciencias Políticas por la Université Panthéon-Sorbonne Paris I. Miembro del CRICCAL-Université de la Sorbonne-Paris III. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores del Conahcyt. Profesor Investigador en la Dacsyh-UJAT.

1 comment

  • Dr. Freddy, Retroalimentar mi alma, con leer narrativa de hechos y cohechos literarios, puesto que me llevaste de la mano, a la primera Jornada Internacional Pelliceriana que acudí, para cubrir como reportera del Diario Presente. Gracias.

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