El triunfo de Claudia Sheinbaum es, a todas luces, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador quien prácticamente pasará a la historia por varias cosas. Entre ellas ganar dos elecciones presidenciales. La potente agenda gubernamental de programas sociales y la política del incremento salarial, así como la no menos potente y aguerrida defensa de éstos en las mañaneras por parte de Amlo, se vieron reflejados en la insólita votación a favor de Morena. Por primera vez desde que se rompió la hegemonía del PRI en el Congreso en 1997, ningún partido había alcanzado mayoría absoluta en las dos cámaras. Amlo es el primero en lograrlo: una irrefutable evaluación de su sexenio por parte de los ciudadanos de todas las clases sociales. Un mensaje poderoso de los ciudadanos a la Suprema Corte que derribó en la mesa al menos dos reformas importantes, la reforma electoral y la reforma eléctrica que los ciudadanos habían votado en 2018 pues formaban parte de las propuestas de campaña de López Obrador.
También la actitud determinada de Amlo frente a los avasallamientos de Estados Unidos, única en la historia de nuestro país, fue determinante. Los mayoría de los mexicanos han caído seducidos por el casi anti-estilo de vida de los norteamericanos, y el sueño es volverse uno de ellos. Pero como reza el himno nacional, la verdad es que un soldado en cada hijo te dio: no nos gusta que Estados Unidos nos quiera tratar como sus vasallos, y esperamos muchas décadas –algunas de ellas vimos sumisión presidencial– para ver a un presidente mexicano ponerlos en su lugar desde Palacio Nacional pero también nada menos y nada más que en la mismísima Casa Blanca. Eso y decir la verdad, quitar el velo de lo público que antes se hacía en privado. Son dos valores democráticos que la evolución del pluralismo en México le debía a los ciudadanos y que Amlo aportó junto con una nueva cultura de la gestión del poder: el control para la gobernabilidad y la habilidad para la verdad, la naturalidad y la humanización de la figura presidencial que venía de ser una figura sacralizada para facilitarle las sombras y las tenebras. A todo eso es lo que llamamos poder moral. Por primera vez una elección presidencial ha sido ganada por el poder moral y no nada más por el poder político.
La elección presidencial también es una enorme lección a la oposición. El concepto de oposición no es cualquier cosa, no es asunto de simplemente oponerse a una agenda, a una persona, a un grupo en el poder. Así lo concibió la derecha mexicana desde un principio, y pensó que el solo rechazo a Amlo y su plan gubernamental le atraería simpatizantes y votos. Es un fenómeno a estudiar: la poderosa derecha mexicana que logró torcer con dinero los resultados presidenciales en 2006 a favor de Felipe Calderón en las últimas tres semanas de la campaña para hacer factible el robo de la elección precisamente a Amlo, no maduró nunca por una razón sencilla. Pensaron que una oposición se monta solo con dinero. Cierto es que en política y el poder el dinero es un poderoso caballero, insaciable, que se vende caro al mejor postor. Pero la cosa tiene sus propias leyes de la historia que nadie puede ignorar. Una verdadera oposición comienza con dos elementos imprescindibles: un escenario histórico, es decir una causa histórica, y un programa de acción –no ideológico nada más– de alto impacto. Por alto impacto debemos entender que refleja las necesidades exactas de la sociedad. Necesidades económicas pero también culturales, sensoriales, lingüísticas, actitudinales. A Amlo, por ejemplo, se le ha señalado cierto arcaísmo pero es el más moderno de los políticos mexicanos pues logró que todas esas necesidades estuvieran en la naturaleza de su figura pública. Eso generó un deseo político en la ciudadanía por todo lo que promoviera Amlo. Un desaforado deseo político como desaforada fue la votación a favor de Morena.
La oposición recibió lo que construyó durante seis años: una lápida, dura y fría como el granito. Nunca se preocupó por reflejar las necesidades de la sociedad ni presentó un programa sociopolítico, ni siquiera de bajo impacto. Simplemente no presentó nunca un programa. Esos errores son de principiantes. Los factores reales de poder –ejército, iglesia, empresarios, grupos de presión– pueden cambiar el rumbo de la historia pero deben entender que la historia tiene etapas no convencionales y es cuando están frente al líder de un movimiento. Desde que estaba en la oposición y –otro fenómeno a estudiar– ya instalado en la presidencia, Amlo fue siempre el líder de un movimiento, no de un partido, no de una campaña presidencial –la suya y la de Sheinbaum. Y aquí llegamos al punto clave, al secreto si ustedes quieren llamarlo así, del éxito en la consolidación de una oposición: que no sea una expresión política, ni la faramalla de “recoger el descontento social”, ni de intentar asimilarse al populacho. Una oposición es fuerte y vencedora cuando se convierte en un movimiento. Amlo lo entendió así siempre. De hecho lo dijo en su primer debate entre candidatos en 2018: “Soy el coordinador de una gran movimiento”. Cualquier asesor con dos libros leídos de ciencia política se lo hubiera podido decir a la derecha mexicana desde el principio. El problema es que ahora los asesores son de marketing y leen libros de marketing, y el marketing los tiene ahora evaporados de la escena nacional.
Claudia Sheinbaum tiene ahora un enorme compromiso: conservar el legado de Amlo. Consolidar las reformas que no se pudieron hacer este sexenio, ahora que tiene el poder total. Estamos ante un escenario de hiperpresidencialismo, que es como en ciencias políticas se clasifica a un régimen presidencial con el control de las cámaras. Todo indica que recuperará el control de la Suprema Corte y terminará cercando a la ministra Piña, tan falta de poder moral a la vista de los mexicanos y mexicanas. De toda la oposición, la presidenta de la Suprema Corte es la que ha de haber sentido más duro el golpe: se le viene el hiperpresidencialismo encima, pues jugó cartas inusuales e inapropiadas a su investidura, y se entregó a los intereses de la derecha.
Sólo falta que los jugadores en el sistema, los diputados y los senadores electos vean hacia adelante. Porque ver hacia adelante es importante para imponerse límites en este escenario en donde la sensación de tener límites desaparecerá a partir de octubre. Esperemos que no dilapiden el capital político que les permitirá consolidar otro país, como es el deseo de quienes votaron en 2018 y en 2024 por… Amlo.
Y que la corrupción la mantengan a raya. No te pedimos más Huitzilopochtli, dios solar de los mexicanos, y dios de las guerras políticas, y de las guerras civiles en las mentes de los funcionarios y metafuncionarios que se sienten tentados a llevarse el cáliz a sus casas.
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