Ha fallecido recientemente Carlos Rojas Gutiérrez, quien fuera subsecretario de desarrollo social de Carlos Salinas de Gortari antes de asumir la titularidad de esa secretaría en 1993. Carlos Rojas era parte del círculo rojo de Salinas y despachaba, hasta donde sé por un miembro del Estado Mayor presidencial de esa época, en una oficina del Palacio Nacional a unos pasos de la oficina del presidente. Junto con José Córdova Montoya, asesor de la presidencia, y otros cuantos, era parte del anillo que rodeaba al Presidente en lo que ellos llamaban el grupo compacto.
Carlos Rojas acompañó a Salinas en sus giras por Tabasco en varias ocasiones. Pero una de esas veces es el objeto del flash back que se narra en este artículo.
A principios de la década de los noventa la lucha política en los corredores del poder se dio entre los políticos de la vieja guardia, de maneras bruscas algunos, autoritarios todos, señores de horca y cuchillo la mayoría, y los jóvenes tecnócratas que les habían arrebatado el control del PRI, el partido dominante, y la Presidencia. La lucha era visible –a veces invisible– a nivel de gobernadores vs. el grupo compacto. Cuando Salinas asume el poder se encontraban como gobernadores muchos políticos de la vieja guardia llamados en ese entonces peyorativamente “dinosaurios”. Salinas mismo tuvo que aceptar que junto con él iniciaran gobiernos estatales algunos de esos dinosaurios a petición de Raúl Salinas Lozano, su padre, y amigo de los dinos. Salinas tuvo que sacudirse a esos dinosaurios porque como buenos caciques quisieron cerrarle el paso. En su sexenio Salinas removió a 16 gobernadores con su poder totalmente Palacio.
Salvador Neme Castillo fue uno de los amigos de Raúl Salinas Lozano que logró ser nominado candidato a gobernador en Tabasco. Ganó la elección contra un joven de la oposición que, en pocos meses de campaña y con todo el sistema de gobierno y los medios en contra, logró desencajarlo. Neme tuvo que hacer fraude, y ese joven escribió un libro después de la elección titulado Tabasco, víctima del fraude electoral. Ahí narró con pruebas lo acontecido en esas elecciones. El libro fue prologado por Carlos Monsiváis. Ese joven es hoy Presidente de México. Era Andrés Manuel López Obrador.
La cosa es que Neme instauró un gobierno de nepotismo (su familia en puestos públicos), amiguismo a ultranza (sus amigos, vendedores de seguros, transportistas, aventureros, pasaron a ser Secretarios de Estado), y corrupción (por ejemplo, a su salida del gobierno tres años después el secretario de obras públicos terminó en la cárcel).
Pero eso no era un error en política en ese entonces –ni ahora. El error de Neme fue otro. Nunca encajó con el grupo compacto de Salinas. Había sido habilidoso para lograr sobrevivir a los jóvenes tecnócratas en el poder pero no lo fue para gestionar sus relaciones de poder con ellos. El grupo compacto de Salinas no tardó en cortarle cartucho. Por ejemplo, al comenzar la campaña electoral le pusieron al dirigente del PRI, nada menos que a Roberto Madrazo, un ganador de cuna por su padre Carlos A. Madrazo –y que verá cerrarse la historia sobre él como un perdedor de raíz debido a Amlo, su adversario en Tabasco, que sí alcanzó la Presidencia.
El grupo compacto puso en la lista negra a Neme porque hay una historia que me fue referida por una persona cercana en ese entonces a Madrazo, y que es mencionada en otra parte de este artículo. En realidad el candidato a gobernador de Salinas era Roberto Madrazo. Miguel de la Madrid y Raúl Salinas Lozano impulsaron a Neme. Cuando Salinas, siendo candidato a la presidencia, salió de una reunión con Miguel de la Madrid donde le pidió la candidatura para Salvador Neme, habría comentado: “Yo no sé para qué me manda a hablar el presidente si ya tiene candidato”. Y a Madrazo le habría dicho: “Roberto, te la debo”.
Pero lo que sí es más comprobable es que el grupo compacto no quería a Neme porque era un tiranosuario rex: pronto comenzaron las historias de violaciones a derechos humanos, de arbitrariedad y corrupción. Algo que los tecnócratas del grupo compacto consideraban que this is not good: estaban pensando en cerrar el Tratado de Libre Comercio con USA y Canadá, y los dinosaurios debían pasar a ser vegetarianos al menos en el día por la presión internacional.
Sin feeling con los tecnócratas del grupo compacto de Salinas y al frente de un gobierno al estilo de una república bananera, Neme terminó por ser separado del poder a a fines de enero de 1992.
Pero rebobina esto. Año y medio antes de ese enero, Salinas vino de gira a Tabasco un caluroso día. Todo una apoteosis como era el estilo en ese entonces: se paralizaba la ciudad y el gobierno movilizaba miles de acarreados para vitorear al presidente durante todo el día en distintos eventos. El Estado Mayor Presidencial llegaba tres días antes, y en los eventos acordonaba el lugar dos o tres horas antes de que comenzaran.
Yo formaba parte en ese entonces de una corriente de opinión que se llamó Corriente Crítica, cuyo objetivo era criticar el autoritarismo del régimen y lograr apertura política en una época que eso era crimen de lesa majestad. La Corriente Crítica era animada a nivel nacional por Rodolfo González Guevara, un político de alto nivel en México.
González Guevara había formado parte de la Corriente Democrática de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo en el PRI pero antes de irse con ellos decidió probar suerte organizando su propia Corriente Crítica del partido y del gobierno. En Tabasco éramos tres: Nicolás Haddad, Juan José Naguat, un sicólogo muy inteligente, y yo. Meses después se sumó Lorena Beaurregard de los Santos.
En esa visita de Salinas a Tabasco yo quería denunciar el autoritarismo del gobierno de Neme. Desde días antes decidí intentar hablar con el presidente en un evento que se realizó en Gaviotas. Llegué al lugar cuando el Estado Mayor Presidencial ya había acordonado la zona, lo que me planteaba un problema de logística. Pero en ese entonces yo había conocido al hijo del General Manuel Urrutia Castro que era el mejor amigo de Nicolás Haddad, quien me lo presentó. Él era asesor de los diputados por Campeche en la Cámara de Diputados federal. Le hacía algunos análisis políticos y me había extendido mi identificación como colaborador del grupo parlamentario. La identificación en ese entonces se le llamaba charola, y eran impresionantes: se trataba de una credencial impresa sobre dos placas de latón dorado, una con el logo de la institución a colores y la otra con la credencial en sí misma, metidas en un portacredencial de piel negra. La crème de la crème del glamour político.
Yo no estaba seguro de que el Estado Mayor me dejara pasar el cordón de seguridad con mi identificación. Cuando llegué al lugar del evento, la multitud ya rodeaba a su vez al cordón de seguridad y me abrí paso forzadamente entre las personas como en un concierto de The Killers o Taylor Swift. Llegué hasta el cordón de seguridad y le mostré al soldado mi credencial. Se la planté frente a sus ojos, no por brusquedad sino porque los soldados no se mueven ni platican. Movió los ojos con la lectura, luego levantó el dedo índice de su mano derecha y giró su muñeca para indicarme que pasara.
Una vez dentro mi plan era sencillo aunque en ese entonces acercarse al presidente no era nada sencillo: había otro cordón de seguridad alrededor del lugar donde estaba sentado el presidente. Este cordón era más cerrado, los militares hacia una valla humana.
Digo que mi plan era sencillo porque yo tenía decidido saltar por encima de los brazos que hacían la valla o escurrirme por debajo, lo que en su momento fuera más eficaz. Cuando estaban en los discursos me escurrí por debajo y salté a la mitad del escenario, que no era una tarima sino al nivel del piso. Al saltar me dirigí a Salinas y le dije en voz alta “¡Pido la palabra”, y Salinas asentó con la cabeza. Me quedé ahí en medio y todo se interrumpió. La prensa nacional y estatal estaba a mi derecha. Un militar se me acercó y con muchísima amabilidad me dijo que sí iba a hablar con el presidente pero que lo haría en el pasillo, cuando saliera. Lo seguí y me llevaron al pasillo. Me dejaron ahí, y pensé Estos se van a ir por otro lado, y me acerqué de nuevo a donde estaba el presidente. El mismo militar se me acercó a decirme que sí iba a hablar con el presidente, que ya él había dicho que sí y me llevó de nuevo al pasillo.
El militar, un General del Estado Mayor presidencial según supe después que hice migas con un civil del Estado Mayor en los días subsecuentes, se quedó junto a mí unos momentos. Luego se retiró.
Entonces se me acercó un funcionario con un portafolio y me dijo “Hola soy Carlos Rojas”. Todo México sabía quién era Carlos Rojas. Me sentí cerca de la oficina del presidente. Me preguntó “¿Qué quieres decirle al presidente?”. Yo quería decirle cómo se vivía en el Jurasic Park de Neme pero también llevaba una propuesta para entrar en plática y hablar también de temas de fondo, y era la creación de un parlamento de la juventud en México. Le dije esto último a Carlos Rojas, me escuchó, me quedé en silencio al terminar de explicarle la idea, y luego me dijo lo más insólito y surrealista que hubiera podido esperar escuchar, y que fue música para mis oídos: “¿Y no tienes otra cosa qué decirle al presidente?
En su forma de preguntármelo tuve la certeza de que andaban buscando socavar a Neme. En otras circunstancias, con otros personajes, hubiera pensado que querían saber lo que realmente iba a decir para neutralizarme. Pero no era el caso, y le dije que por supuesto que sí tenía algo más que decirle al presidente, y le platiqué los señalamientos que tenía preparados. Me dijo “Adelante nosotros te protegemos”. Luego se retiró de mi lado y el evento terminó minutos después.
El mismo General de hace rato se me acercó y me dijo con voz de ángel guardián “Sólo le voy a pedir un favor, gírese tantito hacia este lado”. Era una cuestión de lógica. En medio de la multitud no me había dado cuenta que yo estaba mirando hacia la salida, y debía dar un giro a mi derecha para quedar posicionado. Vi que Salinas se acercaba en su baño de pueblo. Neme estaba a su lado.
Carlos Rojas se volvió a poner a mi lado y cuando Salinas estuvo frente a mí, tomó del brazo izquierdo a Salinas y le dijo “Él te quiere decir algo”. Salinas asintió y me puso atención. Entonces le di el bazukazo a Neme. Neme me miró fijamente. Lo miré mientras exponía y vi su enojo y su perplejidad fundidos en una sola expresión de su rostro. Ahora pienso que tal vez no era solo porque yo lo estaba exponiendo ante el presidente, sino también porque sentía el frío de Dinamarca del grupo compacto.
La verdad es que después de eso Neme no me molestó. Nunca hablé con él, nunca nos presentaron. Pero incluso un tiranosuario rex como él no me persiguió. Es más, en octubre de 1993, cuando él llevaba casi dos años fuera del poder y yo un año estudiando en la Sorbona de París, un amigo que ahora tiene una exitosa carrera política llegó y me dijo que antes de ir al aeropuerto había pasado a despedirse de él y que el “licenciado Neme” le había dicho: “Me dicen que Freddy Domínguez esta allá, salúdamelo por favor”. Me he preguntado muchas veces si es que dejar el poder te da un corazón o si es que esa perplejidad que le vi en el rostro aquel día cuando lo exhibí con Salinas era un sinónimo de ésta en estado puro que es el asombro.
Lo que sí es que siempre tuve escuchas en mi teléfono, que era el teléfono del despacho de Nicolás Haddad en la calle de Fidencia 106, lo que quiere decir que también lo escuchaban a él. Lo sé porque un día los espías intervinieron en mi conversación y les tuve que decir ipso facto que se callaran porque su trabajo era escuchar no echar a perder mis conversaciones. No volvieron a interrumpirme nunca más.
Neme fue gobernador sólo tres años, víctima de su enfrentamiento con el grupo compacto y con Roberto Madrazo. A su caída Madrazo se apoderó de la gubernatura a través de Manuel Gurría para allanarle el camino en la siguiente elección (que terminó robando a Amlo y gastando 70 millones de aquellos dólares, comprobados).
Pero siempre he recordado la pregunta de Carlos Rojas. La recuerdo con mucho agrado y como estudioso de la política y el poder, no deja de sorprenderme cómo revelaba el altísimo nivel de enfrentamiento en las altas esferas del poder, el conflicto inter-élite en ese momento. Hoy me he enterado que Carlos Rojas falleció. He leído en los medios el mensaje de despedida que dirigió a sus amigos antes de partir, un mensaje noble.
Nunca lo volví a ver después de aquella tarde de mi bazukazo a Neme. Yo tenía 19 años.
A formar esa juventud libertaria, hacedora