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Ludwig Zeller, retrato metafísico de la sublime perdición

Conoció a André Breton y se carteó con él. Resanó tres collages de Max Ernst y le dijo a éste como corolario: “Tu problema con estos collages fue el pegamento que usaste”. Tuvo una amistad artística con Eugenio Granell, al que dedicó los siete poemas de “Eugenio Granell o la invención del dado”.

En 2008 esa amistad remataría, muerto ya Granell, con la exposición de los collages de Ludwig Zeller y la obra de Susana Wald en la Fundación Granell en Santiago de Compostela. En las últimas décadas se convirtió en un poeta de culto en lengua española. Y desde su partida en 2019 es irreversiblemente inmortal pues no tiene igual en varias generaciones a la redonda. También se dice que fue uno de los amoríos de María Callas, y que la vio tirar un piano por la escalera cuando se lo reclamó un acreedor.

A fines de los años sesenta del siglo anterior Ludwig Zeller y su esposa la artista Susana Wald fundaron una de las galerías de arte más importantes de Santiago de Chile llamada “Casa de la luna”. Tiempo después salieron de ese país por el ambiente enrarecido que a la vuelta de los años setenta se convirtió en una dictadura. Una de las exposiciones que organizaron en la “Casa de la luna” en 1968 fue de caricaturas de los militares. Éstos no lo olvidarían, y después del golpe de Estado de 1973 amigos cercanos le advirtieron a Ludwig que estaba en la mira de los asesinos. Susana Wald salió hacia Toronto con cien dólares en el bolsillo, y más tarde la alcanzó Ludwig Zeller. Allí fundaron la editorial Oasis y la revista El Huevo Filosófico, y desarrollaron su obra, Susana con su pintura y sus dibujos, Ludwig con sus poemas y sus collages. También fue traductor de Hölderlin y desarrolló investigaciones en relación al LSD y los sueños en la Universidad de Santiago de Chile (otra razón para estar en la mira de los asesinos).

En sus libros la frescura es una consecuencia de los lenguajes de las almas. En el equilibrio generado por lo que percibe el poeta, cada libro es una pequeña biblioteca de sentidos. El poema se vuelve una declaración entusiasta donde Zeller no celebra convencionalmente el mundo ni la percepción del mundo sino que lo cuestiona, lo persigue y, desde su condición de poeta, lo condena.

Las convenciones críticas y los canons poéticos nos han enseñado que son los poetas los condenados del cielo, del infierno y de la tierra. Sin embargo son los poetas los que condenan a las cosas y a los seres de este mundo a través del tiempo y del lenguaje. Un tiempo, como nos lo muestra Ludwig Zeller, en el que su sentido metafísico es la fluidez constante para hacer perenne la condena, y un lenguaje que deslimita al tiempo. No hay un presente, ni un futuro ni un pretérito en estos poemas. Todo es, en un mismo punto de tiempo: la condena que formula el poeta contra lo posible, porque como dice Zeller:

Sólo el sueño de amor fija los imposibles.

La condena es para asegurar que no existen los fantasmas.

Ahora bien, lo que escuchan los poetas, es parte del equilibrio de lo etéreo. En esa dimensión, el lenguaje es etéreo. ¿Qué es lo que escucha Zeller antes de que se traduzca en alfabeto, luego en palabras y versos? ¿Qué escucha? Sin duda, al menos, escucha un parpadeo del tiempo: eso es lo que lo despierta hacia el lenguaje, un parpadeo del tiempo que es el parpadeo del Logos, que exige al poeta descifrar y ritmar la contradicción y las contradicciones. Así lo que Zeller escucha del Logos hace fluir los poemas de este libro. Por eso hay la posibilidad de fantasmas, burlas de sí mismo, conversaciones con otros que son conversaciones con el lenguaje y la metáfora poética. Y después está el encanto, la percepción de Zeller para lograr que todo sea un río caudaloso de olores, “verbos resecos”, ideas, percepciones, insomnios, mundos oníricos y mundos de la perdición que ascienden desde el lenguaje hasta nuestros sentidos más adormilados, envolviéndonos en el universo que él escucha. Ese universo nos dice que nada es perfecto, que también del sueño sale uno a tropezones. “Sin cuerdas que guíen” dice Zeller, en el poema “De fantasmas, burlas y navajas” donde se ve a sí mismo como un fantasma que le habla cuando está frente al espejo, comentándole en tercera persona sobre el mismo Zeller, que “clama por aquel paraíso que quedó entre las plumas/Del río de la suerte”. Lo veo luego sonreír irónico con la risa En el borde de los labios. Le escucho maldecir ¡cuidado! ¡Más cuidado! Y bajar tras el vidrio la afilada navaja, Mirándome, repitiendo sus burlas: “No lo tome usted en serio, Termine de afeitarse ya, maestro, ¿no es parte de un collage Donde se ríe y asegura que no existen los fantasmas?”

Ludwig Zeller escucha el parpadeo del logos metafísico pero también del logos erótico: y aquí el encanto de la poesía de Zeller es infinito. En “Adorables señoras pervertibles, acaso”, el poeta habla justamente de lo que las mujeres escuchan en su interior. El parpadeo de la contradicción diríamos también, del lado luminoso de su ser que es pervertible, y que hace oídos sordos por convención o por prisión. Las señoras todas del mundo, de las cuales oímos, como dice un verso del libro, el “balanceo de caderas que aprietan/ Perlas líquidas”:

¿Están durmiendo acaso? ¿Por qué niegan la dicha
De mirarse a sí mismas?
Adorables vestales que acarician
Las alas de la tarde, las que tienen la tentación de Ser
En la garganta, las que a escondidas danzan y no saben
Que el milagro es eterno y acumulan la miel en sus caderas.
Esas que están allí, esperando tras las lunas cerradas
Del espejo, inalcanzables para los mortales.
¿Quién podría clavarlas,
Abrirlas en los brazos del madero? Hacer que ardan
Sus médulas y despiertas puedan sentir el mar,
La polvareda del amor, el llanto en que mojaron sus cabellos.
Adorables, atractivas señoras pervertibles, acaso.

Álvaro Mutis, ese extraordinario poeta de la estética del deterioro y de las perdiciones humanas, sucumbió también a la originalidad de la presencia y de la obra de Ludwig Zeller así como al genio artístico de Susana Wald. Se conocieron en Toronto en la década de los ochenta. Mutis fue allí a un congreso de escritores pero terminó conversando con ellos los dos días que estuvo en esa ciudad. Luego escribió el prólogo de uno de los libros más emblemáticos de Ludwig Salvar la poesía, quemar las naves, donde le hace un retrato metafísico: “Ludwig Zeller, como tantos otros predestinados que lo precedieron en tan arduo servicio, tiene que inventar a cada instante la libertad, ese paraíso sobre la tierra contra el cual los hombres atentan también a cada instante. Por eso el poeta ha dispuesto su vida y su vocación creadora al amparo de todo lo que pueda conspirar contra la inagotable disponibilidad de su ejercicio visionario.” La poesía de Ludwig Zeller es un ascenso y descenso a infiernos, cielos, ironías, erotismos, espasmos, cuadraturas de círculos, canallas, adorables señoras pervertibles acaso, mundos oníricos y mundos de la perdición. José Miguel Oviedo ha señalado que

“Por su ardiente pasión surrealista, Zeller sólo puede ser comparado con Moro y, tras la muerte de éste, considerado el último militante que queda en nuestra América”.

Zeller es también autor de Río Loa. Estación de los sueños, una de las novelas más originales de nuestra literatura contemporánea. Ludwig, el personaje de esta novela, emprende un viaje hacia un congreso de escritores y conoce en el tren al Maestro, es decir, al Diablo, que viaja con su protegida y secretaria, una hermosa viuda enigmática, la Contessa Helena Ferrucchi. El tren los lleva finalmente a Río Loa, la ciudad de origen de Ludwig. Allí vivirá por unos días con el Maestro y entre varios amigos y familiares suyos que se van congregando para estar con él. Pero mientras el Maestro revela su sensibilidad humana, Ludwig se enamora de la Contessa Helena Ferrucchi. Es un amor correspondido que el Maestro celebra, y sentencia los preparativos para la boda. Ludwig no se da cuenta de la terrible imposibilidad de esa boda, ni del alma imposible de su amada, ni de lo que lo aguarda después de ese encuentro con la frescura del Mal. No encontraremos, en la literatura latinoamericana, ninguna novela donde se fabulen con maestría los espejismos “en sus continuas metamorfosis”, ni que concentre tanta alucinación poética en el arte de la novela. Esta es la novela contemporánea más original en nuestras latitudes sobre el encuentro del tiempo perdido de un poeta capaz de inspirar una fiesta sentimental al Demonio, y la primera que narra con fabuloso encanto tribulaciones y empresas entre un poeta y el Maestro bajo el aura de la cábala. Por eso Hugo Goldsack dice que Ludwig Zeller es “uno de los casos más extraordinarios de humanista perfecto que se haya producido entre nosotros –poeta surrealista…, pintor onírico, creador de un nuevo estilo del collage, maestro del recorte en papel, experimentado comisario de exposiciones, editor refinado y singularísimo, demonólogo de rara erudición y psiquiatra aficionado de audacia rayana en la temeridad”.

¿Cuál es el mundo en el que vive un predestinado como Zeller? Me parece que la dedicatoria que me escribió en el libro que le edité nos lo revela. Ludwig dibujó un río sinuoso y luego escribió sobre el lecho del río:

A mi amigo y culpable de este bello libro, Antonio Messtre, que se encuentra en el otro extremo del delirio

Antonio Messtre

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